05/10/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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Hoy he aprendido cosas. Es posible contarlas, sobre todo cuando tales pesan mucho. Entonces una se desahoga de tal manera que ya no siente el dolor de clavícula, como si hubiese tomado dos ibuprofeno de golpe, que, además, dicho analgésico sirve para todo, sin olvidar su fuerza negativa sobre el riñón, aunque no esté demasiado claro en el prospecto acompañante, al menos a mí me resulta muy ambiguo, jaleoso con tantas indicaciones que a veces me asustan o dejan muerta de miedo, motivo por el cual apenas los leo. Y digo el dolor de clavícula que a mí me atenaza en cualquier lugar, ante todo en los aviones, sus reducidos asientos, velozmente presente en clase turista, no tanto en los barcos crucero donde una podría echarse a perder con el confort sin llegar a ser un Titanic, sin poner en olvido tampoco, además, a los autobuses normales o trenes de marcha nada animada mientras en mi mente se cruzan las carretas infantiles, nunca dolorosas, claro está, que atravesaban las charcas ya al amanecer en el pueblo con laboriosos muchachitos o los burros cuyos serones iban ocupados por frágiles niños, digo, vamos, insisto, como podría señalar el del esguince que avanza a pasos agigantados en mi pie izquierdo, que hay que ver el poder de la confesión y no precisamente religiosa. Lo había olvidado, pero esta madrugada de octubre, con las puertas abiertas por San Froilán, de sopetón me ha llegado a la memoria todo cuanto comento en este apunte otoñal (indiscutible el poder de los santos más otras no santas cuya presencia en mis labios a continuación brota).

Conviene confesar ya, mientras evoco que en las anteriores líneas, por suerte, se me han infiltrado la escritora de Santiago de Chile Marcela Serrano con sus Diez Mujeres y la española, madrileña, Marta Sanz con su doliente Clavícula. Ambas me han concedido, regalado algunos retoques de mis recuerdos o vivencias existenciales. Gracias a las dos no existe en mí tan larga tristeza o preocupación, aunque a veces pienso que soy una mujer cruel trasladando a los demás el recuento detallado de mis penas o preocupaciones o amplios dolores un tanto exagerados, ya sea con mi propia voz , fuerte (en algún momento he debido bajar decibelios) o bien enviando correos electrónicos a los más íntimos o bien mediante whatsApp que ya voy atinando un poco más, ojo, poquito a poquito, como cantan los muchachos de Sonny & Vaech, en este mundo internético, palabreja que me atrae un montón.

Bueno, sin dejar eso, lo anterior, lo superior, he tenido suerte, mucha, mucha. Puedo señalar por donde atrapándome van conmigo esta madrugada de octubre, recién estrenado, mis maestras, remacho, Marta Sanz y Marcela Serrano. Reconozco que he aprendido cosas, gracias a ellas. La vida existe y el ibuprofeno también.
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