Cosas en las que uno no cae

CONTRAPORTADA | Por Antonio Barreñada

Antonio Barreñada
06/09/2021
 Actualizado a 06/09/2021
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Son cosas en las que uno no cae, no piensa… Como, por ejemplo, en que hay parques y jardines para distintos tiempos. El de San Francisco lo es, como las bicicletas del Pícaro centenario, para el verano. Tiene esas copas cerradas en torno al Señor de los Mares, varado ahí tras navegar otras plazas de la ciudad real y arrinconada, que lo hacen propicio para solaz en días de la mayor calor. Guardan ellos (el parque y el dios Neptuno) rincón de arena y cacharrines de colores, donde enredan sin pausa los guajes, y también mesas ancladas, donde corre el naipe sin prisas de los jubilados, los unos y los otros libres de nuestras presuntas urgencias.

Cosas son de las que creemos nuestras por las que se nos pasan los tiempos prestados sin que pensemos, caigamos, ni mirando bien la escena, en tanto que puede merecerlo. Como en que hay una hoja seca al frente, nota enviada por otoño que nos madruga, cada vez más. O que, al fondo, entre abuelos, sigue rodando el pequeño carro de una nueva alegría. O, como por ejemplo, que tienen el fino gusto de vestir con esa su armonía estos cinco compañeros que comparten banco, tarde y vida.

Dicen los que saben que las fotografías son imágenes de eso que trasciende el instante, y el eterno deseo de permanencia, para escribir con letras de luz, más o menos hábiles, un punto de vista en un tiempo, en un momento. Quisiera uno poder ver y entender los tiempos, como los tres que siguen lo que señala el buen amigo («¡mirad al señor de la cámara!»), o también, ejercer la libertad cazurra del que, por si acaso, se opone… Son cosas en la que uno no cae.


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