Imagen Juan María García Campal

Cosas de la investidura

15/01/2020
 Actualizado a 15/01/2020
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Una de las adicciones públicas que mantengo, y a veces sufro, es la política. Me gusta desde joven quizá porque desde aquel antaño supe las que eran y el coste que tenían las políticas del general superlativo que dijo –no está claro si a Pemán, a Sabino Alonso, director del diario falangista Arriba o si en verdad era como zanjaba alguna tensa discusión de sus ministros– «usted haga como yo y no se meta en política». Porque, queramos o no «la política está en el aire mismo que respiramos, igual que la presencia o ausencia de Dios» como Graham Greene enseñó.

Entiendo que políticamente se sea independiente, es decir, apartidista. Yo lo soy. Mas no alcanzo a entender y, en principio, recelo de quien se dice apolítico, como si no fuesen con él la sanidad y educación públicas o los trenes de velocidad trocable o las autopistas de arriba las manos.

Por todo ello –presente María Zambrano y su «si se hubiera de definir la democracia podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona»– seguí, mejor, resistí el bochornoso y patético espectáculo de las sesiones de investidura de presidente del gobierno y ni blasfemé, ni grite o canté –tengo poca voz pero desafinada– ni tiré colillas al suelo, sino que alivié mi dolorida visión de España merced, sobremanera, a dos diputados pedagógicos (uno del sí, una del no).

Del sí, el señor Baldoví, cuando (copio del Diario de sesiones) dijo: «Soy maestro de escuela (rumores) y si hubiera tenido que explicar lo que es la mala educación y la intolerancia, hubiera puesto un vídeo de lo que pasó aquí el domingo por la mañana. (Rumores.–Aplausos). Dos, soy profesor de Educación Física (rumores) y enseño a los niños y a las niñas a ganar, pero les enseño, sobre todo, a perder».

Del no, la señora Oramas que dio lección de democracia y espíritu constitucional con su: «Estamos aquí porque nos eligieron los ciudadanos, a los de Bildu, a los de Esquerra, a los de Junts per Cat, a mí, a los del PP y a los del PSOE... Ni somos tránsfugas ni somos vendepatrias ni somos terroristas ni somos traidores. Somos, sencillamente, gente que, en base a sus ideales, sus principios y su conciencia, toma una decisión hoy». Ni un aplauso.

Incluso tuve la triste alegría de ver y oír a las derechas queriendo asustar, con su apocalíptico tono, al decir: «comunista». Pues como ya dije y se sabe: soy y me tengo por comunista ‘saramágico’, es decir, por ‘comunista hormonal’ y cordial.

¡Salud!, y buena semana hagan y tengan.
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