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Corriendo por Roma

22/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Correr es una actividad física que no consiste solamente en ponerse a dar zancadas a destajo. Se reflexiona mucho. La mente se oxigena y activa. A veces hasta se escribe mientras se corre. Y si no que se lo pregunten al escritor Murakami Haruki que incluso ha escrito un libro sobre este liberador deporte titulado ‘De qué hablo cuando hablo de correr’.

Muchas personas tenemos el ritual de hacerlo cada vez que aterrizamos en un lugar nuevo. Yo acostumbro ahora a hacerlo sin cascos. Se escucha mejor el ritmo de las cosas.

Pienso que trotar ligeramente es una manera de pulsar el espacio, de conocerlo, y hasta de marcarlo. Un rasgo este último que compartimos con el resto de animales. Ellos se hacen presentes ostentando sus colores, nosotros con nuestras banderas. También se posicionan emitiendo signos auditivos como cantos o alaridos, nosotros mediante himnos y tonadas locales que hablan de nuestra presencia y lugar de pertenencia. Pero a menudo arribamos también olfativamente. Los de otras especies animales se singularizan mediante la orina con afanes demarcatorios. Nosotros gracias a la actividad de nuestras glándulas sudoríparas que actúan –a veces con creces para desesperación del deportista y congéneres del mismo– durante cualquier actividad física intensa como la de correr. Seguramente ese afán por delimitar nuestro sitio tenga que ver también con el deseo de dejar huella de nuestro paso.

Decía el escritor estadounidense R. Andrey que «territorio en sentido ecológico, es el espacio, sea acuático, terrestre o aéreo, que un animal o grupo de animales defiende como reserva primitiva segura. Y se denomina instinto territorial a la pulsión interna que mueve a los animales a poseer y defender tal espacio» . Pulsión que puede derivar en obsesión y si no que se lo pregunten a Puigdemon and company que estuvo a punto de acabar con la pax hispana con sus ínfulas soberanistas, o a tantas familias enfrentadas por disputas hereditarias, bandas urbanas que se pasean por las ciudades patrullando lo que consideran predios propios , vecinos enfrentados por discordias sobre linderos que han acabado a azada limpia, pueblos que desde tiempos inmemoriales se miran de reojo porque el cartel delimitador con el nombre de la población de turno ha invadido el territorio enemigo, y tantos y tantos conflictos territoriales que han derivado en tristes carreras armamentísticas fratricidas.

Pero será mejor hablar de carreras pacíficas y placenteras. Esta semana corrí por vías romanas. Rodeada de un tumulto palpitante de vida. Expuesta a los temerarios conductores italianos para los que a menudo, los pasos de cebra no pasan de ser mera anécdota.

Roma. Ciudad otrora caput mundi y conquistadora implacable. Cuyo fundador, Rómulo, fue gestado por un dios y una virgen. Abandonado junto a su hermano Remo fueron amamantados por una loba. Patria madre de un pueblo voraz territorialista. Imperio en cierto modo parásito de la cultura griega. Pero precursores en legislación e ingeniería. Constructora de templos y foros que hoy sólo son ruinas para deleite de turistas que vamos a recorrer y correr por sus bulliciosas calles eternas.
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