Coronavirus: El peligro de una regulación excesiva

Luis Marcos Martínez
24/08/2020
 Actualizado a 24/08/2020
Desde el pasado mes de marzo nos hemos visto inmersos en una pandemia de devastadoras consecuencias. En las primeras semanas los contagios se multiplicaron desencadenando el colapso sanitario y decenas de millares de muertos. Ante una catástrofe de tamañas dimensiones las autoridades se vieron avocadas a legislar a marchas forzadas, decretando medidas de tal calado en cuanto a la limitación de libertades que, en circunstancias normales, serían impensables, pero que nadie las puso en duda.

Tras el colapso inicial y las largas semanas de confinamiento, las autoridades han intentado dirigirnos hacia una supuesta nueva normalidad, estableciendo límites a nuestra vida ordinaria con la finalidad de minimizar el riesgo de contagios y evitar una nueva ola epidémica.

La mayoría de estas disposiciones han sido racionales y establecidas en base a recomendaciones de expertos y a la poca evidencia científica existente sobre este nuevo agente patógeno. Nadie duda ya de la eficacia de medidas como el distanciamiento social o la utilización masiva de las mascarillas. Sin embargo, el advenimiento de continuos rebrotes, ha llevado a los gobiernos a sobreactuar en materia legislativa, llegando a rayar el absurdo con alguna de las normas decretadas, lo que puede favorecer el desconcierto de la población y originar el efecto contrario al que se ha buscado. Trataré de explicarme.

En el momento actual uno puede estar tranquilamente sin mascarilla dentro de un local mientras disfruta de una cervecita, pero ha de ponérsela para salir a la calle, y te puede caer una buena multa si te pillan paseando en un solitario parque sin la debida protección oro nasal. En una vuelta de tuerca más, nuestras autoridades acaban de decretar la utilización obligatoria de mascarillas en las piscinas, cuando no parece que estos centros de ocio y deporte estén suponiendo un especial problema en cuanto al origen de rebrotes. Así es como uno debe utilizar la mascarilla mientras toma el sol en la piscina, pero te la puedes quitar para caminar hasta el vaso de agua para pegarte un baño.

En otro orden de cosas, recientemente se ha decretado el cierre de discotecas y bares de copas y el adelanto de la hora de cierre de locales de hostelería, dejando nuestras calles desiertas desde hora bien temprana en una especie de toque de queda encubierto, como si a partir de la media noche los infectados se convirtieran, por arte de magia, en supertransmisores.

Está bien establecer normas claras y precisas, sin muchas excepciones, pues ello puede facilitar su cumplimiento. Pero también conviene tratar a los ciudadanos como adultos pues, cuando el cumplimiento de la ley propicia situaciones que rayan lo irracional, estos pueden poner en duda la totalidad de las medidas dictadas.

Por otra parte, una mayor restricción no implica necesariamente un incremento de seguridad, pudiendo incluso disminuirla. Analicemos por ejemplo las medidas anteriormente mencionadas. La utilización obligatoria de la mascarilla en piscinas, multiplica la peligrosa maniobra de quita y pon, y favorece también que ésta se moje, lo que restringe sensiblemente su capacidad protectora y prácticamente la inutiliza. Además, resulta más que probable que con la implantación de esta norma se produzca una mayor acumulación de supuestos bañistas tomando el sol en los bordes del vaso de agua, despareciendo el distanciamiento social que proporciona el estarse quieto cada uno en su hamaca. Con el cierre del ocio nocturno puede ocurrir algo similar, pues proliferarán los botellones y fiestas particulares, en vez favorecer dicho ocio en locales más controlables, sujetos a una normativa y donde se puede hacer un registro de entrada que facilite los rastreos en caso de producirse algún brote de contagio.

No quisiera que se viera en mi escrito un inconsciente alegato al incumplimiento de las normas establecidas para frenar la pandemia; nadie debe hacer la guerra por su cuenta y aquí debemos ir todos a una. Tan sólo pretendo realizar una llamada de atención a nuestros gobernantes sobre una forma de legislar que quizá no sea la más adecuada. No se debería tratar de prohibir y limitar sin más, sino de intentar buscar medidas imaginativas y realmente eficaces, y siempre pactando e involucrando a los sectores implicados. De lo contrario, algunas de las normas decretadas podrán actuar como un boomerang originando el efecto opuesto al perseguido.

Luis Marcos Martínez es médico internista
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