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Control de gálibo

16/08/2020
 Actualizado a 16/08/2020
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1890. Hazlo distinto.

Nada. Otra vez en quinto lugar, sin premio. Los académicos son como las montañas, puedes verlas distintas pero no cambian, y si vas en su dirección, acabas por toparte con ellas. Y tienen sus preferencias. Se les ve el plumero. Aunque también hay demasiada gente pintando lo mismo, pintando igual. Todos haciendo gala del brillito del metal o el vidrio, del tejido vaporoso y la seda, del rostro particular y la mirada profunda, la escena cotidiana o el acontecimiento heroico... Y ahora, para más condena, esa nueva técnica, la fotografía, hace lo mismo pero mejor. Aún sin colores, pero llegarán. No hay manera de crear algo que llame la atención.

Mon cher Frédéric, es preciso ser absolutamente moderno.

¿Y eso cómo se hace?

Siendo diferente.

1970. Hazlo fuera.

No lo entiendo. Es exactamente igual que lo que se lleva ahora. Mira que he tenido buen cuidado. Su poquito de subversión, su pizca de galimatías, su adobo de experimentación… Pero nada, me han puesto a parir en cuanto lo he llevado al museo. Que si me he vendido al capital, que si estoy instalado en la academia, que si seguro que hasta cobro un dineral por ello… ¡Pues no voy a darlo gratis! Qué gente, y eran amigos míos, decían.

Lieber Friedrich, el arte es contrario a la institución.

Ya. ¿Y los guajes y yo qué comemos? ¿Trincheras?

1990. Hazlo antes.

Eso lo hago yo. Menuda chorrada. Un cuadro en blanco. Y otro con un dibujo que lo firmaría mi niño. El pequeño. Y fíjate aquello, una escultura hecha de hierros retorcidos y pedruscos. Eso, en el pueblo, lo tiramos a la escombrera aunque allí se aproveche todo. En la ciudad llamas al Centro Reto y no van a recogerlo. No sé para qué hemos venido, con lo bien que se estaba en la terraza de fuera, que estos sitios otra cosa no, pero bares y cafeterías las tienen bien majas, oye.

Ayns, Federico, que no entiendes.

Ah, que me lo tienes que explicar. Pues venga, que ya tardas.

2020. Hazlo dentro.

Portentoso ¿no? Te has fijado en cómo el escombro adopta una presencia liberadora de significados, una metáfora de la devastación social y cultural de nuestros días, reflejo de lo cotidiano y lo universal, un arquetipo de la fragmentación de los iconos, el armagedón de las certidumbres…

Fedo, eran ladrillos rotos.

Sí, pero se convertían en los fragmentos de un Occidente hastiado de sí mismo, un impasse de la vieja construcción mental... Este edificio se transfigura en caja de resonancia perfecta de la creación contemporánea, con su liviandad y gravedad unísonas, su armonía cromática, un paradigma implícito y explícito que arraiga en el pasado, concretamente en la catedral de León…

Pues fíjate tú, eso sí es curioso, Fedo, que esté en León, que aquí no somos mucho de paradigmas.
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