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Contra el deporte

30/05/2021
 Actualizado a 30/05/2021
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Pocas cosas mejores que el deporte para el desarrollo de la niñez. Quien se atreva a cuestionar esto (ojo, cada vez más gente y de un perfil similar) no merece más que un «lo siento, se me hace tarde, me tengo que ir a desparasitar al gato». Pero ello no quita para que haya infinidad de levantamientos de ceja ante la actual glorificación de la actividad deportiva. Ahí convergen muchos factores. Por supuesto, la exaltación patriótica: a falta de guerras, una forma de ‘matar’ simbólicamente al otro es a través de las gestas triunfales en el campo de juego. También la gestión de la frustración: ante una vida miserable, viene bien el «¡Vamos, Rafa!» o las victorias de tu equipo de fútbol. Y, claro, el dinero: las mareantes cifras económicas de los grandes equipos de fútbol tienen una materialización clarísima en las obras del Bernabéu, como quien que se pone una braga náutica en la playa para fardar de ‘paquete’.

Mi escepticismo tiene que ver con otra cosa. Y tiene un ejemplo claro: Bangladesh. Un país relativamente joven, que estos días celebra los 50 años de su independencia de Pakistán. Y también uno de los más poblados del mundo: con una extensión similar a la de Aragón y Castilla y León juntas, alberga unos 170 millones de personas, lo que le convierte en el octavo país del mundo en número de habitantes. Mucho más que Rusia y México. Y, por supuesto, muchísimo más que otros países cuyo historial de glorias deportivas es abrumadoramente superior. Porque a lo largo de este medio siglo, en las 12 olimpiadas que han pasado desde su independencia, Bangladesh no ha conseguido ni una medalla en estas competiciones. La razón es sencilla: allí son pobres como ratas. Literalmente: en uno de sus cómics, Joe Sacco contó cómo la principal fuente de nutrientes para muchos habitantes de la región consiste en ‘robar’ cereales que almacenan los roedores en sus madrigueras. Ello tiene un efecto doble: la salud de sus habitantes es tan precaria que les impide destacar en ninguna modalidad. Y luego, claro, que cuando uno anda ocupado en que no se muera de hambre su prole (ni tampoco uno mismo), no está para monsergas de ‘mens sana in corpore sano’.

Algo parecido se podría decir de la India. El país más populoso del mundo (si son ciertos los cálculos que dicen que ha superado a China) apenas brilla en el medallero global de los juegos olímpicos. En Atlanta 96 sólo logró un bronce, mientras que de Barcelona 92 se fue de vacío. Un país que entonces contaba con 900 millones de súbditos. Campeones del mundo, eso sí, en robar grano de las ratas.
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