04/07/2020
 Actualizado a 04/07/2020
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Somos como somos, pero también somos como nos contamos. Lo deseable es que el ser y el contarse coincidan, porque si no, tarde o temprano, se nota el cuento. Hace unos días acabé de leer la novela de una amiga, la escritora y periodista vasca Txani Rodríguez. Alguna vez he hablado de ella, porque para eso esta columna es mi pequeño apartamento en el edificio de papel de este periódico, y me gusta invitar a los amigos.

La novela de Txani, titulada ‘Los últimos románticos’ cuenta la vida de Irune, una mujer que trabaja en una fábrica de papel. Es una novela llena de sutilezas y con muchos temas de fondo. Uno de ellos es la vida que han tenido los padres de Irune. Su padre, trabajador en una empresa siderúrgica, perdió la vida en un accidente laboral; otros trabajadores murieron por el amianto. De pronto, la planta anunció su cierre y nada se pudo hacer. A pesar de las manifestaciones y las carreras delante de la Ertzaintza, hubo miles de despidos.

Escribe Txani: «Tras el cierre de la gran fábrica de acero, los parados y prejubilados se apostaban en los pórticos de la iglesia, miraban obras, sacaban adelante pequeñas huertas y, en mayor medida, pedían vino cosechero en las tabernas. Varias décadas después, los bares habían cerrado y aquellas calles tenían algo de fin de temporada, de otoño constante». Se me queda pegada la última frase, ese «otoño constante» en el que nadie querría vivir.

Esta semana ha sido la clausura, más simbólica casi que real, de las centrales térmicas de La Robla y de Compostilla. Otro adiós al carbón tras el cierre de las minas leonesas que tanto mineral aportaron, precisamente, a las empresas siderúrgicas vascas de las que escribe Txani Rodríguez. Y este mismo viernes, la fotógrafa Cecilia Orueta, otra amiga a la que invito a este apartamento de papel, inauguró en el Museo de la Minería y de la Siderurgia de Sabero su exposición de fotografías sobre las cuencas mineras de León y Palencia, titulada ‘The end’. Este fin del carbón debería ser el comienzo de otra cosa. Se va aceptando que ahora, para contarnos, debemos escribir un relato nuevo. La pregunta difícil es: ¿cuál va a ser?
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