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Contadores de historias

24/01/2020
 Actualizado a 24/01/2020
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Si una se queda el tiempo suficiente en un lugar pequeño, averigua cosas. El tiempo suficiente para profundizar, para escuchar, para preguntar, para mirar. Cuando llevo más de una semana en mi tierra empiezan a llegarme las historias. No sé si en otras regiones existe ese amor por contar historias. En León existe. Somos contadores de historias, las contamos y las escuchamos con avidez –disimulada, eso sí–. Cuando salía al campo con mi padre y se detenía a charlar con un labrador, a menudo la conversación derivaba hacia alguna historia. Hablaban de alguien y ese alguien tenía Su Historia. Solían ser historias con un desvío trágico, una muerte, un suicidio, una traición. Historias que sucedieron hace tiempo y dejaron a esa familia marcada; historias que siguen sucediendo.

Si una se queda el tiempo suficiente en un lugar pequeño, la gente se acerca y le cuenta historias al oído. Historias aterradoras. Un día vas a nadar a la piscina, en el vestuario te pones a charlar del tiempo con alguien y acabas escuchando una historia. Aquella historia de una joven que anudó una cuerda, la tiró sobre una viga y se dejó caer en el vacío, a pocos metros de donde yacía su bebé recién nacido. Aparentemente una pareja feliz. Una casa hermosa, un bebé hermoso. Fluía el dinero. Fluía la alegría. ¿Fluía?

En la casa se hallaba su marido y su suegra. El marido la encontró a la una del mediodía. Y te preguntas, mientras te frotas con la toalla, ¿el marido no se dio cuenta antes de que le sucedía algo a su esposa? ¿Se levantó y se hizo el desayuno y le dio de comer al bebé y miró el móvil y debió de hacer un millón de cosas y no se dio cuenta de que su esposa, en pijama, no estaba?

Estás secándote el pelo y de pronto alguien pone ante tus ojos esa escena de horror. Y te vas con el alma acongojada. Pero sabes que es así, en la vida suceden cosas, y es imposible no ensuciarte las manos.

Sería difícil que alguien me contara una historia así en los vestuarios de la piscina a la que acudo en Madrid. Para empezar nadie tiene tiempo de contar ni de escuchar historias. Todos vamos con los minutos contados. No nos conocemos, ni nos miramos. Es una cosa curiosa, la gente en Madrid casi no se mira. En el fondo a mí me gusta, me hace sentirme libre. Puedo hacer lo que me dé la gana, vestirme como quiera, gritar, besarme, pelearme, que la gente me mirará con indiferencia. Pero por otro lado me falta esa sensación de vida vivida, así es: suceden cosas profundas por todas partes, pero en Madrid me parece que camino por la superficie de la vida.
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