02/08/2022
 Actualizado a 02/08/2022
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Hace algunas décadas, iniciada la transición, en un centro asistencial gestionado por la Diputación vivían y trabajan desde hacía tiempo varias religiosas. Alguien desde el poder decidió que las monjas tenían que irse y dejaran su trabajo en manos de trabajadoras seglares. Recuerdo oír a la mujer de uno de los internados en dicho centro que, desde que se fueron las religiosas, ya no era lo mismo. Las monjas, que pasaban allí las veinticuatro horas del día, día y noche, estaban al tanto de las necesidades de los enfermos, de la ropa, medicinas, etc… Con su ausencia todo era distinto. Las nuevas trabajadoras estaban deseando terminar cuanto antes la jornada para irse a sus casas. Algo parecido ocurrió en Paris en varios centros penitenciarios, cuando se decidió prescindir de las religiosas, pertenecientes a una congregación que me resulta muy cercana.

No es este el caso de las religiosas de la Consolación que han estado trabajando y viviendo durante setenta y ocho años en el Hospital de la Reina, en Ponferrada. Ellas han decidido irse, muy a pesar suyo y de la directiva y trabajadores del Hospital, por otra razón: la falta de vocaciones. Hoy no es fácil encontrar personas dispuestas a renunciar a un montón de cosas para dedicar su vida al servicio de Dios, representado en los más necesitados, en este caso los enfermos. Ellas, además de ejercer como personal sanitario, enfermeras, médicas… son conscientes de que el enfermo necesita algo más, como puede ser la compañía, la escucha, el consuelo e incluso la oración…

La semana pasada, con gran asistencia de personas, ha tenido lugar la despedida oficial en un clima de gratitud y de tristeza contenida. Ellas dejan un buen ejemplo y el emblemático y centenario hospital berciano seguirá ejerciendo su labor con el mayor espíritu de servicio, pero ello no evita que lamentemos su ausencia. Sirvan estas líneas para manifestar la gratitud por su buen hacer, en nombre propio y en el de tantos bercianos a los que a lo largo de ocho décadas han entregado lo mejor du sus vidas, no solo al servicio de los enfermos, sino también de niños y jóvenes, colaborando en su formación catequética en varias parroquias.

Si se hiciera un balance de lo que diferentes congregaciones religiosas han hecho o siguen haciendo por la sociedad en el campo de la sanidad, educación, asistencia a ancianos… veríamos que es realmente inmenso e impagable. Dicen que solo se sabe lo que vale una madre cuando se pierde. Lo mismo ocurre con el trabajo de los religiosos. A veces solo nos damos cuenta cuando se van.
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