Confinados en el cielo: la cuarentena de una familia que vive a 1.432 metros de altitud

Julián, Nuria, Dobra y Vega viven aislados en el refugio de Vegabaño durante la cuarentena. Nadie mejor que ellos sabe vivir en soledad, a 1.432 metros de altitud

Fulgencio Fernández
03/05/2020
 Actualizado a 03/05/2020
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"Tranquilidad y buenos alimentos, que es tanto como decir el varal lleno de chorizo y jamón, la bota de vino biencerca y a disfrutar del espectáculo de Picos de Europa". Es la descripción que hace Julián Morante, el encargado del refugio de Montaña de Vegabaño, de la cara positiva de este confinamiento que, como a todos, le ha tocado vivir. Incluso remata la descripción: «Igual nos acostumbramos a no hacer nada y cuando haya que volver al tajo ya perdimos la costumbre».

Pero no es menos cierto que pronto da el salto a la cruz de la moneda. «Lo malo son las comunicaciones por Internet o, más bien, la falta de ellas. Para Dobra y Vega (sus hijos) muchos días es un suplicio seguir las clases virtuales, conectarse con el colegio, hacer los deberes... Muchos días me tengo que levantar a las tres de la mañana para enviarles los deberes en un horario con ‘poco tráfico en la red’ y que lleguen a destino».

Son, seguramente, algunos de los habitantes en circunstancias más curiosas de este confinamiento: Julián y Nuria, el matrimonio que regenta el Refugio de Montaña de Vegabaño; sus hijos Dobra y Vega, los nombres de los ríos cercanos al lugar, y también un quinto habitante, el perro Calcetines, que se ha ganado por derecho figurar con nombre propio en este quinteto de vecinos. Baste un ejemplo de sus méritos, una de las escenas más famosas de esta familia del refugio es cuando llegan las nevadas, copiosas como se puede suponer a más de 1400 metros de altitud, y los chavales tienen que bajar al colegio. El transporte escolar es un trineo de tracción animal, con Calcetines empujando por delante y Julián y Nuria por detrás. Toda una odisea que se ha convertido casi en rutina en la vida de Julián, nacido en tierra de esquiadores —Lario—, y Nuria, llegada desde Madrid, y que llevan más de veinte años al frente de este refugio, lo que significa que es la vida que siempre han conocido Dobra, que ahora tiene 13 años, y Vega, de 10 años, por ello no extraña que su padre se muestre convencido de que «a los niños, sobre todo a Dobra, si ahora los metes en un piso en León acaban tumbando la puerta. Y lo entiendo, porque además están en la edad de rebelarse, de protestar, de preguntar, como ha sido toda la vida y como nos pasó a todos».

Y lo entiende cualquiera que se haya asomado a la puerta del refugio y haya contemplado los hayedos, la majada, los animales que pasan, el Jario, la inmensidad de Picos de Europa, las aguas cristalinas de los arroyos, los puentes de madera... «Todo muy bello, cierto, pero también hay que estar aquí cuando toca cortar la madera para tener calor en el refugio, que otra fuente de calor no hay», matiza Julián, quien sabe perfectamente que para este tipo de trabajo y para esta vida «hay que valer», como valen los 5 habitantes actuales de Vegabaño.

Una vida diferente que hace que nadie esté más acostumbrado que ellos a la soledad, al aislamiento...ala cuarentena que ahora vivimos todos.

- ¿Pero en Vegabaño no hará falta que estéis aislados?
- Como en cualquier parte. Nosotros no nos saltamos las normas porque aquí, además, la preparas gorda si te pasa algo.

A Dobra y Vega si los metes en un piso en León tumban la puerta y lo veo normalY cuenta Julián que echan de menos las escaladas, el esquí «que todavía hay dónde practicarlo», las caminatas... «Ellos tres no se mueven, yo tengo que bajar a Lario para atender a mis padres que ya son muy mayores; pero bajo y subo, como el viejo dicho ‘voy y vengo y no me detengo’».

E insiste en su teoría de tranquilidad y buenos alimentos.

- ¿Y para cuándo la normalidad?
- Yo, sinceramente, no la veo hasta bastante avanzado julio, hay movimientos de otros refugios, opiniones de todo tipo, pero yo estoy un poco con la postura de Aragón. Tranquilos, que la montaña no se va a mover de aquí, ya vendrá la gente cuando sea conveniente y seguro.

Con lo que es más crítico —además de con las malas comunicaciones o, tal vez, es lo mismo— es con el espectáculo de los políticos ante esta situación: «Esto parece un teatrillo que va subiendo de volumen; como sigan así se acaban pegando en el Parlamento para mantener el listón que se van poniendo. Y los medios de comunicación en mediohaciéndoles el juego, atentos a sus chorradas».

Y él con Internet a pedales.
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