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Confesiones de don Quijote

02/10/2019
 Actualizado a 02/10/2019
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Me cuenta don Quijote que el pasado fin de semana se acercó a León, una ciudad que le ha deslumbrado. Tenía allí una cita con su gran amigo Miguel de Cervantes. Pensaban reunirse con unos pocos avisados en el Teatro el Albeitar de la Universidad, pero hete allí que los ha descubierto un joven de Sahagún, excelente actor, y lo que iba a ser una velada íntima se convirtió en un acto casi tumultuario, el teatro lleno los dos días en que tuvo lugar ese insólito encuentro, con espectadores que hubieron de quedarse fuera.

Tuve el privilegio de ser alertado a tiempo por La Submarina –la única compañía de teatro profesional de León–, que se prestó a arropar, proteger y dar alojamiento a los más ilustres huéspedes que ha tenido esta ilustrísima ciudad, «sin la cual no hubiera España», como don Quijote y Cervantes oyeron cantar a un grupo que enarbolaba unos descomunales pendones subiendo por la calle Ancha.Llamé apresuradamente a mi amigo Rafael Gordon, cineasta y dramaturgo al que tengo en grandísima estima, y de modo clandestino nos colamos en el teatro. ¡Qué entrañable e inolvidable experiencia!

La primera sorpresa fue el descubrir a un público leonés apasionado por el buen teatro, dispuesto a dejarse seducir y deslumbrar por la poderosa interpretación de Alberto Díaz, la encarnación más pura y coherente de don Quijote; por la presencia altiva de Miguel Barajas, la personificación más convincente de Miguel de Cervantes, y por la seductora figura de Javier Bermejo, confidente, testigo e intérprete excepcional de esta fascinante representación. Todo ello envuelto en la música pura y evocadora de Miguel Ángel García, llena de ecos cervantinos. Tuve el privilegio de conocerlos y hablar con ellos, y también con el facilitador de este milagro teatral, José Luis Tabernero, responsable de ese destacado espacio cultural de la Universidad de León en que tuvo lugar.

Pude también enterarme por su boca de la cara oscura que un hecho tan luminoso, sin embargo, sacaba a la luz: el desdén con que la intelectualidad literaria y periodística oficial de esta cultísima ciudad (con la grata excepción de La Nueva Crónica) ignora y desprecia a cuantos no cabecean o se inclinan, mediante la adulación y el trapicheo, ante el poder que tan merecidísimamente ostentan. No acudió ninguno de los conocidos, y no daré nombres, no vayan a enojarse más, pero recuerdo las palabras de mi admirado Cervantes, que ya dijo de sí que «la envidia y la ignorancia le persiguen» y que sus obras «a la envidia mueven guerra». ¡Oh mísera envidia, paridora de rencores!

Para equilibrar el juicio debo decir que sí acudieron a la cita los responsables culturales de la Diputación y el Ayuntamiento, lo que, además de anunciar mejores tiempos para la lírica, compensa el vacío mediático protagonizado por esos canónigos (y canónigas) de la cultura que lo mismo reparten premios literarios, canalizan subvenciones, descubren súbitos genios, apadrinan jornadas y congresos, fríen un huevo artístico o planchan una camisa morada. Y casi todos suelen pertenecer a esa retroizquierda muy progresista, e incluso leonesista, que nos da constantes lecciones de justicia y honestidad.

Yo, que conozco un poco el percal, no veo mucha diferencia entre la avifauna académica, intelectual, literaria, artística y periodística, y esa otra sobre la que suelo escribir, la política. La tristeza antropológica que me produce la contemplación este zoo, se compensa, sin embargo, al ver y comprobar y descubrir que, a pesar de todos ellos, existe en este denigrado país (España) una gran mayoría de gente que es, no sólo buena, sino inteligente, creativa y amable, dispuesta a valorar y no destruir lo que es nuestro patrimonio más valioso y que nos une más: el arte, la lengua, la cultura, el teatro, la literatura.

Se ha destruido tanto, son tantos los desgarrones y destrozos y estropicios que ha sufrido y sigue sufriendo este patrimonio, que a uno le arrebata a veces una furia mesiánica y quisiera ir a gritar por las calles, rincones, playas, bosques, montañas, ríos, fuentes, catedrales, iglesias, murallas, palacios, bodegas, tabernas y bares (en León don Quijote y Cervantes descubrieron verdaderas maravillas), pero también por los archivos, bibliotecas, universidades y escuelas, periódicos y radios y televisiones... Que sí, que todavía tenemos un gra n, y deslumbrante, y maravilloso país que no se merece estar en manos de envidiosos, rencorosos y engreídos depredadores sin escrúpulos.
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