27/05/2019
 Actualizado a 15/09/2019
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En el canto X de la ‘Comedia’ de Dante, que la posteridad quiso llamar ‘Divina’, el poeta, acompañado de Virgilio, baja hasta el círculo del infierno en el que sufren y padecen los epicúreos, aquellos que no creen en la inmortalidad del alma. Es allí, por tanto, donde piensa residir, por toda la eternidad, este cronista, huyendo de la mostrenca realidad que le ha deparado una ya demasiado larga vida.

La clase de tormento que les corresponde a los epicúreos, según le explica Virgilio a Dante es: «Ver el futuro, pero desconocer el presente». Gran tormento para los mortales, a quienes les importa más el presente, pero escaso para los muertos, a quienes no interesa redundar en el padecimiento que están soportando. Y casi una bendición para poetas y ‘esnortados’ (vivos o muertos no hace al caso) a quienes no puede producir ninguna ansiedad el desconocer su presente, absortos como están en un futuro más esperanzador, que es su meta deseada.

Desconocer el presente, que podría parecer un tormento, no lo es si nos atenemos a que cada cual lo interpreta desde su punto de vista y lo valora según su criterio. Así, hoy en día, unos entienden que los políticos (todos ellos) han dejado a León en la estacada propiciando que se vaya precipitando y cayendo hasta lo más bajo de su historia, al desaparecer la minería, los cultivos y el ganado, que eran sus principales fuentes de subsistencia; y otros, en cambio, señalan que jamás hubo en nuestra provincia tantos talentos juntos, como lo demuestra su presencia en academias, en consejos de administración, y hasta en el gobierno.

Pero es en los versos 79,80,81 en los que cuaja la condena verdadera de estas almas abocadas a ‘ver el futuro’, cuando se adentra en un aspecto que atañe tanto a este tipo de gentes que no creemos en la eternidad, declara: «Tú sabrás lo arduo que es el arte del regreso» (en traducción de José María Micó). Y es que por ahí va la verdadera condena: Lo difícil que resulta regresar a la patria. Desde Ulises, en la Ilíada, para acá, y mas cerca con Cavafis, muchos se han tragado la píldora de que lo que importa es el propio viaje (sobre todo que sea largo y lleno de aventuras) y no la meta final, que queda desdibujada.

Condenados a vivir y morir fuera de casa, los muchos emigrantes, si además ancianos, vamos cayendo todos en una especie de modorra, que es la antesala del olvido, y que nos sumerge, a quienes no creemos en la inmortalidad del alma de los gobernantes, en el más triste desamparo.
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