Secundino Llorente

Concurso de traslados

14/04/2018
 Actualizado a 16/09/2019
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Todos los docentes de España o han pasado o pasarán por este periodo de inquietud e intranquilidad. De este mal trago no se salva nadie. Por estas fechas, a mediados de abril, miles de profesores están nerviosos esperando la solución del concurso de traslados ‘definitivo’. ¡Están en juego tantos dramas familiares!

Son muchos los jóvenes que al finalizar sus carreras universitarias deciden dedicarse a la enseñanza. Empiezan a ‘hacer boca’ con un año de Máster de Formación del Profesorado; se trata de acompañar y aprender de un profesor veterano y experimentado. A continuación comienza la preparación para las oposiciones. No conozco un trabajo más solitario y desolador que el del opositor. Cuando ya has superado esta difícil prueba y tienes la alegría de haber conseguido una plaza de funcionario en prácticas empieza un periodo indeterminado de profesor en ‘expectativa de destino’. Ya son jóvenes que rondan los treinta años y sueñan en formar una familia estable. Justo en ese momento aparece la pesadilla del concurso de traslados. Empiezan las mudanzas y desplazamientos. Una buena oportunidad para hacer turismo y a conocer la geografía española. En mi caso comencé en el Bierzo, seis años en Fabero y Toreno como interino. Primer destino definitivo en Cataluña, en el centro de La Rambla de Tarragona. Estuve once años en el exilio, sin deshacer las maletas.

He conocido casos dramáticos de parejas de profesores con niños pequeños, obligados a vivir separados a más trescientos kilómetros y que sólo podían verse los fines de semana. Después de la experiencia de tantos casos penosos y lamentables, de familias rotas o con padres enfermos, las comisiones humanitarias se convierten en el ideal soñado, con un final feliz para los que las consiguen y un disgusto para los que no lo logran.

La realidad es que en la plaza de Santo Domingo de León sólo hay un instituto y en los pueblos de la montaña hay muchos. Todos empezamos deseando dar clases aunque sea en el Puente de Domingo Flórez y a continuación, en cada concurso de traslados, intentamos acercarnos a la ciudad. Vivimos con la obsesión de conseguir puntos ocupando cargos que nadie desea y asistiendo a cursos aunque sean infumables. Lo importante es sumar puntos para acercarse a la plaza soñada. Las plantillas de los centros de los pueblos perdidos en el mapa son muy jóvenes mientras que en los institutos de la ciudad los profesores llevan una mochila cargada de experiencias y de años. No es extraño que después de tanto peregrinar, al llegar a la tierra prometida, se planten y no deseen ocupar ningún trabajo o cargo extra.

En estas fechas siempre me identifico con los miles de profesores que no son capaces de conciliar el sueño por este endiablado concurso. ¡Cuánta agitación! ¡Cuánto desasosiego! ¡Cuántos nervios habrán propiciado a los profesores los ‘dichosos’ concursos de traslados!
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