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Concierto para la mano izquierda

21/09/2019
 Actualizado a 21/09/2019
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Paul Wittgenstein tenía dos cosas que no van mal juntas: talento y cabezonería. Sólo la combinación de ambas pudo empujarle a seguir su carrera de pianista tras la amputación del brazo derecho. La pérdida se debió a las heridas que había recibido en Polonia durante la Primera Guerra Mundial.

Un pianista con una sola mano. Y por qué no, se diría Wittgenstein, y se lanzó a arreglar partituras para poder tocarlas con esa única mano, con ese único brazo. La ausencia del otro siempre estaba presente. Era el aire que llenaba la manga vacía de la chaqueta del traje. Una manga flácida que metía en el bolsillo para que no fuera aleteando por ahí, como una mosca atolondrada.

Me imagino que Wittgenstein tuvo durante bastante tiempo el síndrome del miembro fantasma. Que seguía sintiendo esa mano y el cerebro le decía que podía tocar las piezas de Brahms, que solía pisar las alfombras de su casaza en Viena. O las de Mahler, con quien había tocado muchas veces al piano. Pero ya ninguna de sus partituras, ni las de Brahms ni las de Mahler, eran para él.

Cuando Wittgenstein por fin aceptó que sólo tenía una mano, su mano izquierda, todo fue mejor. La aceptación es el primer paso para el movimiento. Se puso a buscar nuevas composiciones para su única mano y muchos se apuntaron al reto. El que más éxito tuvo fue Maurice Ravel, que le hizo el ‘Concierto de piano para la mano izquierda en re mayor’. Wittgenstein lo estrenó en 1932. Fue con la Orquesta Sinfónica de una Viena que ya atufaba al nazismo que seis años después le llevaría a refugiarse en los Estados Unidos.

Wittgenstein demostró lo que puede hacerse con una mano sola. Con una sola mano izquierda bien coordinada, del valioso pulgar al torpón meñique. Cinco dedos. Veintisiete pequeños huesos. Una madeja de terminaciones nerviosas que supera a la de cualquier parte del cuerpo. La mano izquierda de Wittgenstein, que tanto pudo hacer. Y ahora pienso que ésta debería de haber sido una columna de actualidad. ¿En qué estaría pensando? Bah, en nada importante. No me hagáis caso, hacédselo a Paul Wittgenstein.
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