Concejala muerde a un perro

Por Valentín Carrera

17/12/2018
 Actualizado a 14/09/2019
Periodistas del Diario de Mallorca, imagen de archivo.
Periodistas del Diario de Mallorca, imagen de archivo.
Los periodistas no deberíamos ser noticia nunca o casi nunca, pero algo va mal en esta pseudo democracia de baja intensidad cuando un día tras otro los profesionales de los medios de comunicación nos vemos puestos en la diana, esperando a que el mafioso de turno dispare el tiro de gracia.

El último episodio ha sido la incautación, o quizás robo (según la RAE, «Tomar para sí algo ajeno sin la conformidad del dueño») de los teléfonos y ordenadores de unos periodistas que sabían más de la cuenta sobre drogas, prostíbulos, explotación sexual y corrupción política del PP en Palma de Mallorca.

El caso Cursach es una historia mugrienta, «digna de película americana” escribe el digital 20Minutos, en la que un capo de la noche mallorquina ganaba los favores de políticos, policías y jueces untándolos con droga, sexo y juergas: “Tal era su poder que tenía a las autoridades comiendo en su mano».

Tal es su poder que el pajarito Bartolomé Cursach está en libertad, porque la Justicia es ciega y no tiene prisa. Si fuera independentista catalán –para ellos no existe la presunción de inocencia– estaría en la cárcel, pero a Tolo solo se le imputan dieciséis delitos: «Cohecho, extorsión, amenazas, pertenencia a organización criminal, delitos contra la Hacienda Pública, blanqueo, tráfico de influencias, homicidio, corrupción de menores o tenencia ilícita de armas, según el auto publicado en marzo del año pasado».

«Cursach llevaba beneficiándose de la protección policial y política desde hacía más de veinte años», tenía comprados a policías y jueces. Igual les regalaba un tirito de coca que una cesta navideña. Para salir de la cárcel, reunió en dos horas la fianza de un millón de euros. Un fenómeno.

¿Y por qué sabemos todo esto? Lo sabemos por el periodismo, lo sabemos gracias a los periodistas mallorquines, que se juegan el tipo amenazados por la mafia local. Gracias al periodismo de investigación y denuncia –porque también existe el periodismo de pesebre–, conocemos los casos GURTEL, LEZO, EREs, Pujol, ENREDADERA y todos los demás que han convertido nuestro país en un lodazal.

Como el periodismo estorba y molesta, a la policía y al juez de Palma Miguel Florit no se les ha ocurrido otra cosa que requisar, o robar, según la definición del diccionario, los móviles y los ordenadores donde varios periodistas tenían pruebas del caso Cursach. Objetivo: averiguar quiénes fueron sus fuentes y de paso destrozar al fiscal que promueve la investigación de esta cloaca.

Estamos ante una violación flagrante del artículo 20 de la Constitución, pero no hemos escuchado a Casado y Rivera defender aquí el secreto profesional. En cuanto a su majestad don Felipe, debe estar muy ocupado redactando el mensaje de Navidad, para dar otra colleja a los catalanes. El secreto profesional es sagrado, ya sea de los periodistas o el de los médicos, abogados, sacerdotes. ¿Se imagina alguien que uno de esos jueces puteros haya ido a confesarse, antes de comulgar en compañía de su señora, y la policía obligase al cura a revelar la confesión?

Como periodista expreso mi solidaridad con los compañeros y espero que el juez Miguel Florit, autor de este disparate, sea apartado e imputado por presunta prevaricación.

Mientras en Palma un juez viola la Constitución y secuestra la libertad de prensa, como en los viejos tiempos, ¡vuelve don Pelayo!, por nuestra tierra todos felices y contentos porque estas cositas de concejales proxenetas y alcaldes traficantes, o de policías corruptos y jueces cómplices, solo pasan en Palma de Mallorca y en las series de Netflix. En León y en El Bierzo nunca jamás de los jamases ha habido un solo concejal putero, ni ningún juez que se salte semáforos o leyes de extranjería. Somos la provincia más limpia de España, somos la comarca que tiene a los líderes más honrados y eficaces del mundo.

Mientras en Mallorca, en Andalucía o en Valencia ponen el cartel de «Se busca», aquí los políticos siguen recibiendo cenas y cestas navideñas, y podemos estar tranquilos porque gracias a ellos, por fin, vamos a salvarnos. Solo falta cerrar una docena de medios de comunicación –los demás ya están comprados– y ampliar, con ayuda del párroco, el censo de papanatas.

Comprenderán ustedes por qué «Quiero huir de este país de la bajeza y del despotismo; país donde los méritos se miden en función de la longevidad, donde la razón es un crimen y la Ilustración el mayor enemigo del Estado, donde un imbécil se sienta en el trono y a su lado unos burros, junto a sus sirvientes, obran con el solo propósito de incentivar la mediocridad y arrasar con cualquier excelencia».

Espero que nadie se ofenda: en todo caso, los aludidos pueden denunciar a Franz Grillparzer que escribió estas palabras en Viena en 1810. Solo llevamos doscientos años de retraso.
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