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Con Peñalba no se juega

27/10/2019
 Actualizado a 27/10/2019
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Ni al más inocente de los juegos. Ni al parchís se juega con Peñalba. Es inadmisible que corra el menor riesgo ese regalo que nos ha dejado un linaje secular de paisanos entregados a la conservación de sus casas tal y como se las encontraron al ser nacidos allí. Solo ese esfuerzo, esa resistencia heroica al bloque de cemento, a la uralita y al chapado cerámico, nos permite hoy disfrutar de un legado que hace honor al paisaje que lo envuelve. Una perseverancia así no puede ser contemplada desde la indiferencia. Que Peñalba constituya un fenómeno de hibridación entre la acción del hombre del pasado y la eterna e imparable naturaleza no debe ser interpretado como una excusa para el abandono, para dejar que la maleza se coma al pueblo, que los vecinos caminen sobre calles de chapapote o que los servicios de emergencia estén tan distantes que suponga un peligro llevar una vida corriente en un estuche tan delicado. El incendio de Peñalba nos ha traído el recuerdo de otros episodios antiguos, pero impresos en la memoria colectiva de los bercianos, como el voraz incendio que dejó Langre en pavesas o aquel que convirtió las pallozas de Campo del Agua en un aterrador campo de volcanes. Eran otros tiempos, pero el fuego era, como el de hoy, un simple efecto de oxidación que siempre representa una amenaza donde hay madera seca por el paso de los siglos. Que Peñalba fuese la tierra elegida por los anacoretas para el retiro espiritual por su paz, no debe malentenderse como una invitación al aislamiento y la negligencia. Es inadmisible que en el siglo XXI los vecinos de Peñalba se vean obligados a recorrer el pueblo en busca de cobertura para poder mandar su SOS mediante una aplicación de mensajería porque el teléfono, el mismo canal de comunicación que hoy resulta una anacronía para nuestros jóvenes, es todavía una quimera allí. Una cosa es el respeto a los modos de vida del pasado y otra muy distinta es tener que recurrir al volteo de campanas para dar una alarma cuando hay vidas en peligro. Con Peñalba, amigos, no se juega. El incendio de Peñalba nos puso a todos a prueba. Había que demostrar que nuestro cariño al pueblo más bonito del mundo iba más allá del mero postureo en las redes sociales. Por suerte, que no por la provisión de telecomunicaciones, la reacción fue lo más rápida que permitieron las circunstancias y allí se presentaron los sanitarios, los policías y los bomberos. No es de extrañar que san Genadio y otros predicadores eligiesen aquellos agrestes parajes para la vida contemplativa y el crecimiento espiritual, pero por si algún ingrediente le faltaba a la leyenda de la Tebaida, los bomberos se convirtieron en sus ángeles custodios.
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