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Con el pasado no acabas

04/12/2019
 Actualizado a 04/12/2019
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Parece que uno de los problemas que se revelan como insolubles es el pasado. Sin embargo no se trata de algo a descifrar, como un enigma; ni a enmendar, como un error; o a curar, como una enfermedad; sino algo meramente a digerir para alimentarse, un lugar en el que reposar y continuar el camino. Para repudiar el pasado, especialmente el nuestro, ya suelen estar los demás, singularmente los que no saben nada de nosotros. Y eso es lo que hacen los políticos cuando debaten y tiran de hemeroteca, recordarle al otro aquello que afirmara (o prometiera) otrora con rotundidad, para achacarle que no lo ha cumplido. El votante, en cambio, no parece tener memoria y, llegada la siguiente elección, vuelve a depositar su papeleta.

Pero, «con el pasado no acabas. Tienes que dialogar con él y no convertirlo en un instrumento político», declara Javier Cercas, el recién laureado con el premio Planeta por su novela ‘Tierra alta’. Lo dice en una entrevista aparecida en ‘La Razón’ el 5 de noviembre. Y es que el pasado es un elemento sustancial en la literatura, al menos en la gran literatura. ¿Qué sería de la novela sin el pasado? Las aventuras acaecidas a Don Quijote y Sancho, paradigma de la novela moderna, y que si no ocurrieron pudieron haber ocurrido, son el mejor ejemplo. Manuel Vilas, en su ‘Alegría’ trata de convertir el pasado en alegría, parece haberlo conseguido. Algunos de nuestros políticos, en cambio, tan solo intentan destruirlo.

Y ahí está el secreto, convertirlo en alegría. Hemos dado con la cueva del tesoro. El pasado no tiene por qué haber ocurrido realmente. Basta que nuestra mente sea capaz de inventarlo, que ya vendrán después las diferentes teorías y creencias para buscar justificaciones, lo mismo que algunos acuden en defensa del vencedor para paliar los desafueros cometidos y hasta los crímenes. Por eso se preocupa tanto el criminal de borrar las huellas, o de copar el poder para destruirlas. Pero, sea ficticio o verdadero, con el pasado no hay forma de acabar. Hay que dialogar, como propone Cercas, pero nunca convertirlo en instrumento político. Nunca tratando de volver a matar a los muertos.

Porque los políticos son las élites. Y dice Vilas en el final de su novela, finalista del Paneta: «Las élites en España nunca han funcionado, por eso el país sigue siendo un sitio raro, diferente, complicado. Siempre fueron las élites las que nos hundieron». Por eso no podemos, ni deberíamos, dejar nuestro frágil pasado en manos de aquellos que, enredados en sus propios desatinos, por acabar con nuestro pasado acaban con nuestro futuro.
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