18/07/2020
 Actualizado a 18/07/2020
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Sabemos que hay cosas peores a que se nos empañen las gafas con la mascarilla, peores que tener las manos empapadas bajo los guantes de plástico («cuando salgo de trabajar, es como si hubiera estado horas en un spa», me decía con ironía una cajera del Carrefour), peores que el olor del gel hidroalcohólico, peores que los saludos de codo (qué choques de huesos a veces, ay) y desde luego mucho peores que no hacer lo que nos da la gana y salir como antes y bailar como antes y vivir como antes. Esas cosas peores, y la peor de todas, las hemos recordado esta semana en el homenaje a los muertos por coronavirus.

«Nos hemos tenido que tragar las lágrimas», recordaba Aroa López, la enfermera supervisora de las Urgencias del Hospital de Vall d’Hebron de Barcelona en el homenaje. Un acto al que cada uno pondría o quitaría algo -yo también- pero que, por fin, trataba de incluirnos a todos. Un homenaje que no estaba protagonizado por ninguna creencia más que por la creencia civil de que todos formamos parte de la misma sociedad. Siempre hay tiburones que pueden dar vueltas alrededor, pero es mejor no hacerles mucho caso.

Ahora nos miramos a los ojos más que nunca, pero sin ningún motivo en especial, sólo clavamos los ojos en los del que viene de frente porque nos resulta difícil reconocernos con la mascarilla. Para lo demás, las cegueras de siempre, cada uno con la nuestra.

Esta semana he salido a pasear a primera hora de la mañana para que el culo vuelva a su forma después de tanta sentada ante el ordenador (llevo algunos días a punto de convertirme en estatua de cera). En el paseo junto al río, a esas horas, hay mucho silencio. Sólo pájaros y agua. La naturaleza, por suerte, sigue a lo suyo. Su indiferencia me reconforta. Creo que la naturaleza nos gusta tanto, además de porque es bella, porque no juzga. Cuando caminas junto a un río, todo parece sencillo, aunque no lo sea. Esta semana leí una frase genial en un cuento de la maravillosa Lorrie Moore: «No hay nada tan complejo en el mundo (ni una flor ni una piedra) como un siemple ‘hola’ de un ser humano».

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