Competitividad

03/05/2018
 Actualizado a 12/09/2019
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Fijarse metas y llegar a conseguir alcanzarlas es algo que aparentemente puede rozar la inocencia, pero nada más lejos que la realidad, entras en un mercado altamente competitivo, no existe regla alguna, ni vara con la que medir, donde el decoro y la afabilidad se vuelven en tu contra. ‘Poderoso caballero es don dinero’, más real que la vida misma, el papel moneda dirige nuestras vidas, nos muestran estilos de vida cada vez más inalcanzables, lujo y ocio van de la mano en spots publicitarios, videoclips e incluso en ‘reality shows’ para ver como viven los magnates y nuevos ricos. Cada vez a más temprana edad, se inculca en nuestros colegios la cultura de la competitividad de manera agresiva, donde el todo o casi todo vale, es una máxima. Una enseñanza que les acompañará a lo largo de sus vidas y que con el tiempo se volverá más peligrosa. De lunes a viernes no existe el prójimo, los valores ya no son tales, pero da igual, tenemos el fin de semana para expiar nuestros pecados y algunos acuden en domingo a solicitar el perdón divino, tal cual uno lo conciba. Otros venden su alma a la química, hay que ser productivos y mejorar nuestros estados de conciencia para ser mejor, Aderall, Focalin, Concepta son algunos de los estimulantes que no tenemos ni el más mínimo pudor en recetar, pero para ello debemos fingir tener TDAH o trastorno por déficit de atención, no importa sus efectos secundarios, hay que dar todo lo mejor al precio que sea hasta llegar a los límites de la extenuación. Me trae la memoria en esta ocasión una frase del libro ‘Viaje al fin de la noche’ de Louis-Ferdinand Céline, «La moral de la Humanidad a mí me la trae floja, como a todo el mundo, por cierto». Buscar el camino rápido a golpe de dedo, títulos inexistentes o la falta de empatía, la moralidad vive sus peores momentos, vivimos enajenados esta realidad marcada por otros de lo que debe ser el éxito. No me olvido ni mucho menos de nuestra jurisprudencia, la que dicta un abuso en vez de agresión, justificándose en leyes obsoletas y desoyendo el clamor popular, que propugna una sentencia justa que garantice la libertad y seguridad de las personas. Vean ustedes hasta donde es bueno la cultura de la competitividad tal y como se entiende en nuestros días, que es lo que estamos enseñando, a donde queremos llegar con un legado cuyo testigo recogerán las generaciones venideras y cual será el uso que le darán. El cataclismo será la competitividad, por muchas profecías que Nostradamus haya podido dar.
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