Como los pavos con moquillo

Llevamos unos días con la maturranga ha hablar claro o no, si está bien decir como Juanita cuando vio al periodista de Madrid que llamaba a su puerta por primera vez: «Ay qué guapísimo es usted», que el de Madrid, por mucho que fuera periodista se quedó mirando como Ulibarri a los barrotes.

Pero claro, mejor hubiera sido que la mi Juani se quedara ahí porque viendo que el dibujante que le acompañaba se reía pues también tuvo una frase para él: «Sí, bien guapo, no como usted, que tiene la cabeza completamente cuadrada, como los alemanes; y la cara arrugada como los pavos cuando les entra el moquillo».

Todavía no habían acabado desentarse en la mesa cuadrada del comedor cuando se quedaron más despistaos todavía:

- Para comer qué quieren, ¿lo de siempre?

- Señora, es la primera vez que venimos aquí.

- Y a mí qué me importa, yo digo que les voy a poner lo que pongo siempre que viene uno que tiene la cabeza como los alemanes, patatas a la importancia.

Y bien buenas que estaban.

Viene esto a cuento en lo tocante a cómo contamos las cosas; que este verano me pusieron de deberes leer lo de la trama Enredadera y la verdad es que si hablan en clave son más tontos que Picio y si no hablan en clave son exactamente Picio.

La verdad, ya se sabe, según y como. Que todavía se acuerdan en Bembibre de aquella vez que una mujer contrató a dos sicarios —lo más barato que había en el folleto de Continente— para que mataran al marido, que se conoce que no tenían buena llevanza.

Pues fueron los que teníanque matar por el pueblo para ver a qué bares iba, por qué calles y esas cosas del oficio. Estaban allí en los soportales y a la guardia civil le pareció que tenían mala pinta y procedió a identificarlos.

- ¿Qué hacen aquí?

- Pues es que nos han encargado matar a un paisano y estamos mirando a ver si pasa por aquí para no matar a uno equivocado.

Hombre, no me joder, la verdad está bien pero cada profesión tiene sus códigos y un sicario es un sicario.