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Cómo espantar la resaca

06/05/2019
 Actualizado a 12/09/2019
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La resaca electoral es de las peores, de las que dejan huella. Agua y descanso, dirán ustedes. Pero es difícil espantar la resaca cuando ya se acerca la segunda celebración: electoral, por supuesto. Este breve tiempo entre campañas, como decía ayer aquí el director Rubio, supone que no hay lugar para el relax, ni para la siesta, sino que es necesario estar alerta, con los ojos bien abiertos y el corazón contento. Los partidos lo saben. Ya no tienen pensamiento para otra cosa que no sea el 26 de mayo. Los perdedores, que los hubo, hacen como si todo fuera ya tábula rasa. Y, sin embargo, los electores aún volvemos la vista atrás, sin peligro de convertirnos en estatua de sal, sobre ese domingo de abril (ay, el mes cruel), sobre ese domingo en el que tantas cosas pasaron y tan pocas se han puesto aún sobre la mesa.

Mayo aparece pues como un paréntesis, como un instante congelado. Sánchez, ganador en abril, ha metido casi todo en la nevera, a la espera de. A la espera de lo que suceda el 26, por supuesto. Consciente de que la victoria fue muy nítida, si bien no abrumadora, el socialista aguarda la consagración de la primavera en forma de votos más locales, aunque europeos también. Ha expresado su deseo de ir al gobierno en solitario, o ese ha sido el mensaje para los votantes de la próxima cita. Cualquier indicio de asociación o pacto tendría consecuencias, buenas o malas, según de quien hablemos. Rivera, con su decisión de no pactar, ha aclarado algo las cosas. Pero faltan cabos por atar, pues ya no es tiempo de mayorías, y nadie puede aventurarse, en el proceloso mar de la fragmentación política, a navegar en solitario, mientras crece el temor a la música de las sirenas y el miedo a las rocas errantes.

Sánchez ha ganado, es cierto. Y los populares han sufrido una de sus más contundentes derrotas. Dicho esto, tan obvio como la luz del día, se avecina un rápido aprendizaje, especialmente en el ala de la derecha. Desde Galicia, Feijoo ha señalado el camino a Casado: no más experimentos con la dureza. No más experimentos con el lenguaje crudo, ni con el lenguaje intimidatorio. Abandonar las posiciones más centradas es siempre un suicidio político porque la mayoría de los votantes de este país, ‘velis nolis’, se mueven en ese ancho territorio que ahora se quedó vacío, o entregado directamente a otras opciones. La política entendida como un conjunto de gestos desabridos, como un escenario de tensiones formidables, como un lugar de insatisfacciones permanentes y enfrentamientos a cara de perro, suele estar condenada al fracaso. El ciudadano quiere mensajes positivos, quiere profundidad en las ideas, no esa nueva moda propagandística que lo fía todo al tuiterismo, que se envuelve en eslóganes maniqueos y frases ramplonas, en la repetición sistemática de supuestas verdades que debemos creer, y en este plan.

Es posible que la atmósfera de las redes sociales, donde no pocas cosas se mueven en esos parámetros de la simplicidad, haya hecho creer a algunos gurús y a los más avezados asesores que ese era el lenguaje que los votantes demandaban. Que ese era el nivel. Que ese era el termómetro social, la idea del mundo que de pronto triunfaba. Pero ahora sabemos que las redes sólo representan un muy pequeño porcentaje del pensamiento colectivo. No vayamos tan rápido en la simplificación del mundo. No vayamos tan rápido en la ingeniería mediática, en la aceptación de las modas globales, en la siembra interesada de semillas que provocan sentimientos iracundos. Aún existen las ideas elaboradas, las que se derivan del análisis científico, del conocimiento, las que tienen que ver con el espíritu constructivo, no exclusivamente con el alimento del desánimo. Y ese es uno de los grandes mensajes del 28 de abril: conviene no perder el suelo, el lugar conocido, conviene no sumarse ciegamente a las pulsiones que pretenden instalarnos en la galerna, en la tormenta, porque la modernidad pasa por la diversidad, por la comprensión y la apertura, por la celebración colectiva de la libertad.

Todo esto tendrá mucho más sentido ahora, con Europa en el horizonte. Una Unión que descrea del trabajo en equipo, que dé primacía a la mirada individualista, al egoísmo y al paternalismo, a la economía meramente proteccionista y cerrada, está condenada al fracaso. Lo estamos viendo con el Brexit, magnífico termómetro de lo que supone una política errática y caduca que, a base de inflamar orgullos mal entendidos, va en contra de los mismos ciudadanos que un día fueron inducidos a apoyarla. Pero, en realidad, los problemas a los que se enfrenta Europa son aún más graves que los que el Brexit anuncia. De hecho, gran parte de esos problemas nacen dentro de la propia Unión, están originados en el interior de sus fronteras e incluso dependen de las decisiones de sus propios ciudadanos.

La resaca electoral del 28 de abril supone, en efecto, una congelación de decisiones y un mes de mayo en el que se avanzará poco de cara al público. Otra cosa, claro está, será la trastienda política. Ahí quizás sucedan cosas que iremos sabiendo. Además de la obligada reconfiguración de la derecha, que parece evidente, y de la propuesta de gobierno de coalición que Podemos mantiene, de momento sin mucha respuesta del socialismo (no hay prisa, después de todo), lo que resulta evidente es que los equilibrios son tan precarios y las mayorías tan limitadas que hoy no es posible hacer nada sin un tacto exquisito. No está mal, creo, que las decisiones relevantes para la ciudadanía exijan ‘finezza’, negociación profunda y se caractericen más por la flexibilidad que por cualquier forma de imposición. En este sentido, cabe preguntarse por el mayor de los debates globales, el del cambio climático, que apenas tuvo lugar en la campaña electoral, en favor de otros asuntos más inmediatos y locales, capaces de generar una confrontación que algunos quizás juzgaron más productiva. Pero el asunto del clima es finalmente un asunto local, que afecta sobre todo a los más desfavorecidos. Y también a las áreas rurales, tan importantes en esta comunidad y en esta provincia. Conviene no dejarse arrebatar los debates. Conviene no dejarse arrastrar hacia el lenguaje preconfigurado y precocinado, que muchas veces está muy lejos de representar la realidad real.

En medio de la resaca entre elecciones, en medio del oleaje, más vale no perder de vista lo que se juegan las provincias del interior de España, vaciadas, envejecidas, olvidadas por la tecnología. Y lo que se juega la castigada clase media, andamiaje de este país, que sigue sin recuperarse desde la crisis.
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