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Cómo es posible

06/03/2022
 Actualizado a 06/03/2022
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Acabo de borrar un texto sobre los españoles que justifican el ataque a Ucrania por parte de Rusia con argumentos como que una vez vieron una foto de un soldado de Kiev con una esvástica y que por eso está bien que haya medio millón de niños refugiados en Polonia. Pensé que lo mejor sería callar, pero como hay que escribir algo, prefiero contar la conversación que tuve el viernes con alguien cuyo apellido conecta con hechos cruciales de la historia de nuestro país durante el último siglo. Esta persona está casada con una mujer ucraniana, quien viajó en coche hasta su país para repatriar a amigos y familiares. En el momento en que empecé mi cháchara sentimental de solidaridad, agradecimiento, ejemplaridad y del momento horrible en que vivimos, me cortó en seco: el mundo es así y no hay que darle más vueltas.

Entre las múltiples estupefacciones que se dan en estos días, hay una especialmente curiosa: la de quienes se preguntan cómo es posible que todavía existan guerras en 2022. Se podría pensar que son seguidores de Kant y de su idea de la “paz perpetua”, pero se trata solamente de gente incapaz de ver el mundo tal y como es. Que todavía divide la humanidad en buenos y malos, en lugar de atender a la advertencia de Aleksandr Solzhenitsyn: «La línea que separa el bien del mal atraviesa el corazón de cada ser humano».

La guerra y la destrucción forman parte de nosotros desde aquel momento en que despegamos las manos del suelo hace dos millones de años. Pretender ignorar este hecho sólo conduce a repetir y magnificar el salvajismo de los unos con los otros. Asomarse al abismo no es agradable: la vista no es especialmente edificante y suele dejar la sensación de que no hay nada que hacer. Que es mejor rendirse y bajar los brazos.

Pero una vez que el abismo nos devuelve la mirada las cosas sólo pueden mejorar. Mi interlocutor del viernes me explicaba que llevábamos muchas décadas sin una guerra internacional en Europa y que eso podía generar una ilusión de que aquí la Historia ha llegado a su fin. Fantasear con que no somos unas alimañas que disfrutamos destruyendo al otro. Darse cuenta de esta realidad es el primer paso, pero no el único: hay que negarse a disparar, hay que escribir lo que el poder no quiere leer, hay que conducir un vehículo durante miles de kilómetros hasta la frontera con Ucrania para salvar la vida de inocentes. Darnos dos bofetadas y pasar del «cómo es posible» al «vamos a hacer lo imposible».
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