28/02/2022
 Actualizado a 28/02/2022
Guardar
Una de los peores imprudencias que se pueden cometer al hablar en público, que lo que para muchos sería un pequeño tropiezo sin importancia es un pecado casi tan grande como el ver que nadie elogia de manera espontánea y por eso se fuerza como sea la petición de un aplauso, una gran falta de respeto al que lo dijo en su día y a los que están escuchando en ese momento es hacer propio un discurso de otro. Todo para hacer que la perorata sea agradable y embobar al auditorio con una buena historia cuando el que predica tiene poco o nada que decir.

Seguro que esto le suena, porque desgraciadamente no es un mal ni de ahora ni exclusivo de una persona y le habrá pasado más de una vez en alguna conferencia, en una clase, en la presentación de un libro o incluso en misa, porque también hay sacerdotes que quieren pasarse de originales o si la formación no es muy allá cualquier texto apañado por internet le vale para ofrecer como homilía del domingo a sus feligreses. Pensando que los parroquianos no andan enredando por la red y se encuentran con materiales que después un predicador le vender como propios.

Sobre oradores hay muchos libros de autoayuda y de superación personal que tratan sobre este tema y los predicadores de tres al cuarto que usan la palabrería para vender –a veces humo– también tienen unas cuantas herramientas a su disposición para conseguir meterse al cliente o al público en el bolsillo. Lo malo es cuando por intentar impresionar a los del pueblo y después de haber viajado media vida por ahí aparentando ser el caballero inglés Willy Fog, el millonario de la época victoriana que protagonizada una serie de dibujos animados allá por los 80, no se calculan bien los efectos de lo que parecía un discurso bonito.

Creo que no pasa nada por decir «como dijo…», «ya lo escribió…» o «dice…» y, de hecho, varias veces le he mencionado aquí a alguien que ya expresó la misma idea o algo similar a lo que le cuento yo y no pasa nada. Todo lo contrario. Porque no hacerlo así sería de farsantes, de vendedores de humo o de «comerciantes con dinero espiritual», como dijo un cura valdornés de un banquero que pretendía que invirtiera en cosas raras.
Lo más leído