30/10/2019
 Actualizado a 30/10/2019
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No había oveja, por modorra que fuera, que escapase a la tecnología del cencerro. Si alguna de lana larga y espesa quedaba enriscada en unas zarzas, bien sabía el pastor a dónde acudir a su encuentro guiado por el sonido del badajo, el mismo que avisaba de la llegada del lobo y el que era capaz de ahuyentar a los mismísimos malos espíritus colgando de las indumentarias de los ancestrales antruejos. Un experto en estas lides que se crio entre rebaños afinando su psicomotricidad fina mientras arreglaba las correas de los cencerros, Fernando Barrientos, me contó un día que estos venían a ser «una especie de GPS, pero con badajo». Tal afirmación se hace irrefutable cuando sale de boca de un paisano que diferencia el cencerro de la cencerra después de enumerar los muchos materiales de los que se componen unas piezas que empiezan a quedar llenas de polvo en los dobles de las cuadras al tiempo que gana terreno la estabulación. No dan los estudios del Instituto Nacional de Estadística (INE) para cencerros que prefieren ponerle un cascabel al gato con el fin de dilucidar que la realidad es precisamente aún peor que las estadísticas. Recogen periódicamente la catástrofe de los censos de los pueblos pero no es suficiente, así que van a tirar de los datos de los teléfonos móviles para atinar más con la movilidad de las personas recopilando la información de sus ubicaciones con el fin de regalarnos titulares con más cifras que letras y con la intención de incluso «comprobar qué está sucediendo con la España vacía, hacia donde se está moviendo», contaba el diario El País hace unos días. «Podría ocurrir que el problema incluso fuese mayor si se concluye que en realidad hay mucha gente que solo vive en tales enclaves durante el fin de semana», recoge la citada información. Pero no hacen falta estudios para saber esto que nos lo adelantan Lorenzo, Mauricia, Silvano, Veri, Pelayo, Angelita, David, Pili y sus dos hijos, Magdalena, Jesús, Miguel, Ángel y José. Son los que duermen todo el año en Fáfilas pero no son todos los del padrón. Son los que mejor saben hacia dónde se mueve la España vaciada, que no vacía, la que hace ya mucho emprendió un viaje sin que nadie prestase atención al sonido de sus cencerros. Que no vengan ahora con cascabeles.
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