16/11/2017
 Actualizado a 11/09/2019
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Reconozco que no sé nada de pintura, (ni de otras muchas cosas). Cuando veo un cuadro, me dejo guiar por la primera impresión. Si me gusta, perfecto, le dedico un rato. Si no me gusta, tiro para adelante y a otra cosa. Por esta incultura mía, me he ganado varias broncas de gente que es amiga y que si entiende de arte. Pero es lo que hay; en el manicomio de Álvaro López Núñez aprobaba el dibujo porque me hacía las láminas Caballé y yo le hacía a él los exámenes de geografía y los dos tan contentos.

Aún así, cada vez que voy a Madrid con tiempo, suelo pasar una mañana en alguno de los museos de la capital, preferentemente el Prado y es uno de esos raros casos en los siento orgullo de ser español. ¿Qué por qué? Porque un país que ha dado a lo largo de la historia tal cantidad de grandes pintores no puede ser malo. Visitar el Prado no deja de ser cansado, porque es imposible que puedas ver todo lo que te ofrece en una mañana, en un día o en una semana. De todos los artistas que tienen colgada su obra en sus salas, yo, inculto de mi, siempre me quedo con Velázquez y con Goya. Uno, porque el muy cabrón inventó la fotografía trescientos años antes que el que la inventó. El otro, porque inventó el cómic cien años antes de que los periódicos publicasen la primera viñeta. Velázquez fue un prepotente, un arrogante, un abusón... No tenéis más que ver al caballo del ‘Cuadro de las Lanzas’, que parece que va a salir cabalgando por el marco del cuadro. Eso sólo lo puede conseguir ‘un ser superior’, un fenómeno. O ver las caras de los reyes y de las infantas en las ‘Meninas’, para comprender como es, realmente, una fotografía digital, que no pierde ni un detalle, (más buenos que malos), de los modelos reales a los que retrató. Pero me quedo con Goya. Decía Antony Beevor en su ‘Historia de la II guerra mundial’, que para describir el sufrimiento y la agonía del pueblo soviético, cuando fue invadido por los nazis en la ‘Operación Barbarroja’, «que habría tenido que haber un Goya para que reflejase en sus lienzos todo aquel espanto, todo aquel martirio».

Nadie como Goya para expresar el sufrimiento, o la miseria, o la alegría del pueblo. Incluso en sus pinturas de tema religioso, sus Cristos y sus Vírgenes tienen mucho más de humanos que de divinos. Nadie como Goya para hacernos entender como somos los españoles: Crueles, egoístas, ladrones...; pero nadie como él para expresar la bondad, la alegría, la generosidad, que también llevamos dentro y a raudales. Cuando vi por primera vez sus ‘pinturas negras’ me quedé mucho más atontado de lo normal. ¿Tanto odiaba Goya al género humano?, ¿por qué quería que viésemos lo decadente, lo feo, lo más siniestro de los hombres? Probablemente porque él mismo era un viejo cuando las pintó y estaba a las puertas de la muerte y le asustaba. Ver a los dos hombres dándose garrotazos, o a las brujas volando, o al perro enterrado te deja una desazón, una herida en los ojos y en el corazón. Te deja ver lo peor y lo mejor del ser humano, como el protagonista del ‘fusilamiento del 2 de mayo’, el que tiene pantalones amarillos y camisa blanca, el que abre los brazos como si fuese el mismo Cristo en la cruz, con los ojos asustados y la cara descompuesta esperando la muerte a manos de unos anónimos soldados franceses a los que no ves el rostro pero si les ves el fusil escupiendo el plomo mortal. Goya podría haber pintado a Daoiz y a Velarde o a cualquier capitán heroico. Pero no lo hizo. Retrató al pueblo. Al mismo pueblo que siempre sufre los embates y los desatinos de las guerras, de las catástrofes. Leí el otro día que el cuadro que mejor refleja la situación actual de España es de los dos hombres enterrados hasta la rodilla dándose garrotazos; puede ser. Es el cuadro por antonomasia del cainismo español, del odio, del rencor hacia el hermano que es distinto a ti. Yo prefiero ser optimista, aunque me cueste. Creo que el de la Verbena de San Isidro o el de la joven jugando a la gallinita ciega sería mucho más consecuente con nuestra historia. O los tres, unos al lado del otro. El pueblo siempre encuentra tiempo para divertirse, para olvidar, para ser feliz en medio de la tribulación. El pueblo necesita ser feliz y se conforma con bien poco: una campa limpia, un poco de música y mucha imaginación y lo logra: se olvida de lo feo, de lo siniestro de la vida para abrazar con fuerza el mañana, normalmente con algo de esperanza.

Dije que Goya inventó el cómic y lo mantengo. Los cómic son viñetas seguidas que sirven para contar una historia en poco espacio. Mirad los cuadros en los que un fraile apresa a un bandido maragato, (¡tenía que ser leonés, joder!), y me daréis la razón. Salud y anarquía.
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