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Comando Manjarín

03/02/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Camino del Oriente Medio, convertido con el paso del tiempo en el mejor bar de lo que un día fue el Barrio Húmedo, me topo con un comando terrorista recién formado. No es ni religioso ni político, sino más bien gastronómico: «¡A por Manjarín!», grita el que parece líder de los sublevados. «¡Muerte y destrucción!», le responden sus seguidores. Partidario siempre de la acción directa, me despierta curiosidad el motivo de sus iras y, como tampoco parecen demasiado peligrosos, me acerco para preguntarles qué les ha hecho la mascota que tuvo León durante el año que fue Capital Española de laGastronomía, aparentemente ingenuo, neutro y asexual, como la mayoría de las mascotas. «Pues muy sencillo», me dice el líder: «Antes poníamos un bote de 10 euros cada uno y acabábamos todos borrachos y cenados, y desde que llegó Manjarín ponemos 10 euros y no tomamos más que tres vinos cada uno». «¡A por Manjarín!», gritan el resto, como si mi pregunta les hubiera provocado, y se van camino de San Marcelo al encuentro de su objetivo, que va a tener que utilizar su plato como escudo y su cuchara como espada. Por la peste de su aliento, sus ojos vidriosos y su dislexia, es prácticamente seguro que los miembros de este nuevo comando terrorista no llevan únicamente tres vinos cada uno, aunque en el asunto de la capitalidad gastronómica las cifras bailan mucho. Si los críticos gastronómicos que lo organizan tienen el cuajo de decir que el retorno publicitario que han conseguido para la ciudad de León es de 18 millones de euros y no se les cae la cara de vergüenza, ¿por qué no van a poder estos jóvenes terroristas decir que sólo se han tomado tres vinos? Las dos afirmaciones tienen el mismo rigor científico (bien es cierto que a los organizadores no les he olido el aliento, ni tampoco quiero), pero al menos estos neoterroristas pagan lo que toman y eso les da derecho a opinar con conocimiento de causa. La capitalidad gastronómica ha sido una iniciativa obviamente positiva que se consiguió gracias a la insólita unión de cientos de leoneses, tan insólita que parecía que de repente vivíamos en otra tierra y en otra época, pero cuando empezaron a desarrollarse los actos la unión se esfumó y volvimos a este reino de envidias, esta cuna del victimismo en la que demasiados los hosteleros se pusieron el mandil y esperaron a que el bar se les llenase por generación espontánea. En cualquier caso, escuchar balances hechos por los que más tajada sacan de todo esto recuerda el espíritu de autocrítica del mismísimo Cristiano Ronaldo, cuando decía aquello de «me tienen envidia porque soy guapo, rico y bueno». No contentos con la millonada del retorno publicitario, añaden que la audiencia estimada de la capitalidad llegó a 240 millones de personas, lo que significa que uno de cada tres europeos sabe ahora lo que es el chorizo al infierno. Mientras doro el mío, vuelta y vuelta, me preocupo por la integridad del tal Manjarín y su gomaespuma, al que no parece que le vaya a salvar esta noche ni siquiera el hecho de estar rodeado por cámaras de videovigilancia (ya robaron en su día, en esa misma plaza, la figura del Niño Jesús del Belén que estaba frente al cuartel de la policía local). ¿Estaré incurriendo en un delito de encubrimiento o de omisión de socorro? Pienso en que cada día me producen más envidia aquellos que encuentran la felicidad creyéndose sus propias mentiras y, aunque se está muy bien en este bar, pienso también en que me gustaría estar en el auténtico y lejano Oriente Medio.
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