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Collejas posvacacionales

29/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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El final del verano tampoco está a salvo de tópicos y estas semanas volverán a rellenar telediarios y conversaciones de ascensor clichés como la vuelta al ‘cole’, las colecciones por fascículos o el síndrome posvacacional. Este último suele presentarse puntual a su cita con septiembre y afecta a muchos de los que estamos ante los últimos días de vacaciones. Como la mayoría de los síndromes que los ‘millennials’ hemos descubierto, o al menos puesto nombre, no se le conoce tratamiento más allá de las estanterías de autoayuda y los pantallazos con frases de Paulo Coelho. Cada uno lo lleva como puede y el ánimo por antonomasia suele ser que te recuerden que tener trabajo es un privilegio en el año 11 d.C (después de la crisis). Una inyección de ‘espabilina’ que a menudo se queda corta por lo que, como alternativa, se recomienda el fármaco experimental de echar la vista atrás.

Por ello, antes de volver a la rutina de juntar letras voy a acordarme de una historia que me contaron hace varios años de mi bisabuelo Pancho, quien cada noviembre subía hasta Riaño con el objetivo de vender sus terneros en la feria. Varias noches al raso para lograr algún que otro apretón de manos que permitiera sacar seis bocas adelante un invierno más y que en alguna ocasión fueron truncados en el trayecto de vuelta por los asaltantes que frecuentaban los caminos de la Montaña Oriental. Ni rastro para Pancho de las ganancias de todo un año de esfuerzo más allá de las propinas del botín que aquellos ladrones daban a los sobrinos que le acompañaban como arreadores. Por supuesto, esa misma tarde aquel antepasado al que nunca conocí volvió a trabajar sin decir demasiada palabra sobre la cruel pérdida.

Solo una de tantas historias en blanco y negro que suenan a buscavidas, a estraperlo, a manos callosas. Quien más o quien menos puede encontrar estos relatos con tanta miseria como dignidad en una o dos generaciones anteriores a la suya para curar la tontería posvacacional como si se tratase de esa colleja silenciosa y adiestradora que da un padre a su hijo cuando se le olvida dar las gracias ¡Ay joder, esta ha dolido! Pues eso, que gracias.
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