02/10/2022
 Actualizado a 02/10/2022
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Hace unos días vi a un individuo –de mala catadura dicho sea como ilustración– meter la mano en el interior de una papelera para extraer una cajetilla de tabaco en la que asomaban unas embocaduras amarillentas. Al comprobar que sólo eran filtros, la tiro con rabia al suelo quedando éstos desparramados como semillas de inmundicia. Me contuve en reprochárselo no siendo que descargase sobre mí su mala uva. Al menos, hay quienes son educados en el vicio; otros, en cambio, lo vierten en el pavimento acrecentando la porquería.

No voy a entrar sobre la prohibición de fumar en las terrazas o paradas de autobús. Lo que resulta chocante es que algo, como el tabaco, que perjudica gravemente la salud, sea una importante fuente de ingresos del erario público. La recaudación fiscal del tabaco en España ha sumado la cifra de 8.636 millones de euros en 2021, según datos del Comisionado para el Mercado de Tabacos a lo que tuvo acceso Europa Press. Queda por saber lo que le ha supuesto al Estado el impacto en el gasto sanitario ocasionado en ese tiempo por el vicio de fumar.

En esto de fumar no sé el puesto que ocupa España respecto al resto del mundo. Ni tampoco lo que hace cada persona con el pitillo una vez consumado. Sólo sé que, aquí, en León, el suelo de las calles está plagado de residuos y que, para evitarlo, no hay ninguna ordenanza punitiva. Cada fumador tira el pucho donde le viene en gana y no pasa nada. Se ha estimado que España arroja al ambiente más de 32.800 billones de cigarrillos consumidos cada año.

La semana pasada estuve con otros compañeros de Promonumenta en Portugal visitando Braga, Barcelos y Guimarães. Echamos la mirada al suelo para comprobar. Apenas si se veía alguna colilla por las calles. ¿Es que los portugueses no fuman? Claro que fuman, pero son más educados –en eso y en otras cosas– y se multa con 250 euros por tirar una colilla al suelo.

La alta toxicidad de los más de cinco billones de colillas que son arrojadas cada año al entorno causa una gran contaminación de los suelos, las aguas y los ecosistemas naturales. Más de 7.000 sustancias químicas presentes en el tabaco, algunas de ellas potencialmente cancerígenas para el ser humano, impregnan nuestros ecosistemas a lo largo de los doce años que pueden tardar estos pequeños residuos en desintegrarse. Los restos de una única colilla son capaces de contaminar hasta diez mil litros de agua a su paso, según un estudio alemán de 2014. Pese a ser el residuo humano más abundante a escala mundial, el gusto de tirar una colilla al suelo es tan habitual, que está aún lejos de concienciar la magnitud real de irresponsabilidad ambiental que supone este acto cotidiano.

Un informe de Ocean Conservancy afirma que las colillas contaminan tanto como los plásticos y que su presencia está por encima de otros residuos como bolsas, botellas o tapones. El estudio denuncia además que las colillas no solo contaminan las aguas, también son ingeridas porlos peces y otros animales. Se trata del principal contaminante de las playas y de los océanos, y el segundo más abundante en ríos y embalses. Sin olvidar su implicación en incendios forestales.

Los filtros de los cilindrines tardan en descomponerse y, cuando lo hacen, liberan las sustancias contaminantes que ha absorbido el humo, tales como la nicotina, el arsénico o el plomo.

No se trata solo de poner de relieve la vida de los fumadores y de las familias y amigos que les rodean, ni de los que están involucrados en la producción de tabaco. Lo que está en juego es el destino del planeta entero.
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