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Coger los puntos

30/11/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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La luna ya se ocultó. Pero los periodistas no se preocuparon en las redacciones, tampoco los editores de los telediarios. El viernes negro –o mal llamado ‘black friday’, se nos venía encima para ocupar su lugar. La cadena de noticias entretenidas, y sólo aparentemente inofensivas, contaba con este nuevo eslabón. Un viernes de compras enfermizas, obsesiva tradición importada del mundo anglosajón, mundo que respeto y admiro en algunos aspectos, aunque no olvido la recomendación de Blas de Lezo, vencedor inesperado de la armada inglesa, de que todo buen español debería orinar siempre mirando a Inglaterra.

Comprar. Comprar. Comprar. Consumismo patológico fomentado por dos de los pilares de esta sociedad tan loca: la publicidad y los medios de comunicación. Black Friday. ¿Y eso qué es? Un síntoma expresivo de nuestra enfermedad: la banalización del ser humano, en tanto en cuanto, vales lo que tienes y no lo que eres; y la trivialización de los objetos, en la medida en que con fugacidad se vuelven obsoletos. Sólo vale lo nuevo y constantemente hay que renovarlo. Esta y no otra es la dinámica de un consumo irracional. Hemos perdido la capacidad de arreglar las cosas, directamente van a la basura y se sustituyen por el último modelo. Ya no se cogen los puntos de las medias, para salvar carreras, y coderas o rodilleras han perdido su razón de ocultar los rotos y alargar la vida de las prendas de vestir, si acaso, en ocasiones, son vacuidades de la moda. Pocos son los que usan el bolígrafo hasta la última gota y no se ven ya lapiceros apurados por el sacapuntas. Es más fácil tirar.

Anuncios y atroces, por insistentes, campañas de publicidad nos convierten en perritos de Paulov que reaccionaban al sonido del silbato y con sólo escucharlo comenzaban a salivar ante la inminencia de la comida prometida. Pero no nos engañemos, pobres de nosotros si caemos en la perversa trampa de creer que la felicidad está en comprar. Nada más lejos. Comprar por comprar sólo genera ansiedad, o frustración si es que no podemos. Confundimos el valor con el precio y perdemos un poco de independencia y de libertad cada vez que tiramos un objeto en lugar de arreglarlo.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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