23/05/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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Aquel de los dos que vea más aves, ese deberá fundar la ciudad». Los dioses habían hablado. Remo fue el primero en divisar las aves y fueron seis buitres los que vio. Ya se creía vencedor, pero su hermano Rómulo fue bendecido con el presagio extraordinario del vuelo de doce de las mismas aves. Sería él quien fundaría la ciudad y sería suyo el nombre que llevara.

Entonces, Rómulo unció dos bueyes blancos a un arado de bronce y trazó el perímetro sagrado de la ciudad. El surco representaba el foso y la tierra extraída la muralla. Hizo un juramento: mataría a todo aquel que osase traspasarla. Remo, sin embargo, quiso burlarse del irrisorio muro que había levando y lo traspasó de un salto. Romulo, fiel al juramento que acaba de proferir, no tuvo más remedio que matarlo. Así nació Roma y fue Rómulo el primero de sus siete reyes.

Nada más alejado de mi ánimo que privar al mito de su realidad, pero lo cierto es que en las siete colinas se fueron asentando pobladores en tiempos remotos. Los valles eran terreno pantanoso y en concreto, por el lugar donde se levantaría el Foro, corazón de Roma, corría el Velabro, afluente del Tíber, dado a desbordarse. El crecimiento de estas primeras poblaciones se extendía a este valle, cuyas condiciones no eran aptas para el poblamiento. La fundación de Roma fue un proceso que se conoce como sinecismo, que consiste en la unión de grupos de gentes que antes vivían separados. Para unirse, supieron que necesitaban pavimentar el valle y soterrar el Velabro. Se pusieron a ello y hace 2700 años concibieron y construyeron la Cloaca Máxima, una obra asombrosa de ingeniería y de voluntad que hoy sigue en pie. Reinaba Tarquinio Prisco.

De los romanos hemos heredado el Derecho y sus técnicas de construcción. No estaría de más que heredáramos también esta sabiduría política, quizás inspirada por los dioses y revelada por los augures, de que para construir una comunidad política digna de tal nombre, una ciudad de ciudadanos, lo primero sea comprender la necesidad de una cloaca, a través de la cual podamos deshacernos de las aguas infestas, de la inmundicia de los miembros sucios cuya permanencia tendría como resultado la putrefacción del cuerpo político y social.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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