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Clásicos de la información postcontemporánea

03/04/2018
 Actualizado a 13/09/2019
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Reposamos ya de los fervores de la Semana Santa y de los orujos del Genarín, aunque los haya que, como los diputados de las Cortes españolas, aún han de consumir todavía más días de descanso tal vez por eso de «los quince días» que era costumbre de los seminarios y universidades del Antiguo Régimen. Las páginas de nuestros periódicos dejarán de cubrirse de concursos de torrijas, de referencias a los abusos del alcohol tan propios en nuestra cultura de cualquier periodo festivo y de números sobre los kilómetros de pistas esquiables o espesores de nieve y poco a poco volveremos a otros clásicos.

Volveremos a las encuestas que sancionan el imperio de mil años del Partido Popular, con o sin el apoyo de otras marcas del mismo producto. Volveremos a los proyectos de infraestructuras, a los anuncios de grandes inversiones y a esos titulares tan simpáticos por los que León se convierte en referente mundial de tal o cual cuestión. Volveremos a las previsiones de crecimiento, a noticiar el futuro, a construir una información virtual que condicione el pensamiento y la postura de la ciudadanía.

Porque en esta nueva era postcontemporánea es aterrador comprobar lo visionario que fue Walter Benjamin al ver al capitalismo como una nueva religión. Sus sacerdotes establecen profecías y cuando no se cumplen encuentran fácilmente a los culpables de la ira de los dioses. El crecimiento de la economía debe ser tal o cual y si sus predicciones son superadas es a causa de su buena gestión y del asentimiento de todos y todas a las normas del sistema. Pero si no se cumplen, siempre será culpa de algunos catalanes traidores, de unos pensionistas avariciosos o de agentes sindicales que interfieren en el crecimiento con sus protestas. Así es difícil no sentirse culpable. Como dice Byung-Chul Han, este sistema no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo.

Da igual que una inmensa mayoría tengáis trabajos precarios y ganéis salarios de mierda. No protestéis. Si lo hacéis, el titular ya está preparado: La culpa es vuestra.
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