marta-del-riego-webb.jpg

Clarín y las macrogranjas

21/01/2022
 Actualizado a 21/01/2022
Guardar
«Eran tres: ¡siempre los tres! Rosa, Pinín y la Cordera». Así arranca el cuento de Leopoldo Alas Clarín, ‘Adiós Cordera’. Al escuchar hablar de las macrogranjas me acuerdo de él, y me acuerdo de mi padre.

Cuando mi padre montó en el páramo la granja de ovejas en los años 80, ideó una gran nave de casi 3.000 metros cuadrados y dos hectáreas de pastos para 700 cabezas. Es decir,unos 28 metros cuadrados de ‘prao’ por cabeza. Un cerdo en una macrogranja debe tener, según la ley, al menos dos metros y medio cuadrados. La realidad es que los animales se hacinan en muchos casos unos encima de otros; las cerdas en el área de gestación están en unas jaulas en las que no pueden ni darse la vuelta. Ya sé que no se pueden comparar ovejas con cerdos o vacas, que son razas diferentes con necesidades diferentes, pero el bienestar animal es el bienestar animal y los datos los entiende todo el mundo.

En la majada de mi padre había 700 ovejas; en una macrogranja pueden llegar a los 90.000 lechones. Las cagarrutas de las ovejas, mezcladas con la paja limpia, tienen un olor fuerte, pero no desagradable: a hierba, a tierra. El hedor de las toneladas de purines de las macrogranjas llega hasta muchos kilómetros a la redonda; y su vertido contamina los acuíferos de una comarca entera. Las ovejas de mi padre comían alfalfa seca, paja, hierba. En las macrogranjas, los cerdos se alimentan de piensos compuestos con grasa, que en ocasiones llevan antibióticos incluidos. Una oveja en la majada de mi padre paría por lo general una vez al año, uno o dos corderos. La paridera era un acontecimiento, el mundo se paraba. Y era un placer contemplar a los corderines saltar y botar por toda la majada. Una cerda en una macrogranja ha pasado en las últimas tres décadas de parir 18 lechones a 30.

Podría seguir así eternamente. Es la comparación entre las explotaciones familiares y las industriales. Entre el ganadero a quien le preocupan sus animales y el que los ve solo como una fuente de ingresos. Entre el que recuerda el nombre de sus vacas, y el que no recuerda ni el número de sus trabajadores.

«-¡Adiós, Cordera! –gritaba Rosa deshecha en llanto–. ¡Adiós, Cordera de mío alma!», un final así, en el que dos hermanos lloran por la vaca que se llevan al matadero, es imposible en esta nueva sociedad de animales industrializados, convertidos en tristes máquinas de parir y producir.
Lo más leído