Ciudadana de segunda

20/05/2021
 Actualizado a 20/05/2021
Guardar
Me llamo Leticia, tengo 26 años y no tengo derecho a un centro de salud en mi lugar de residencia. Tampoco a buenas carreteras. Ni a una conexión rápida de internet. Soy de pueblo y vivo en un pueblo. Aquí las necesidades y derechos básicos no son tan básicos para ciudadanos que son considerados de segunda. Porque sí, es así. Somos ciudadanos de segunda –igual para algunos hasta de tercera–. Desde hace ocho años y hasta hace tres meses vivía en Madrid. Y allí el medio rural se ve de otro modo. Miento. No se ve. Ni se atisba. Ni se intuye. Y curiosamente es en los despachos de la capital donde se decide el cómo y el qué de la España rural, esa que están maltratando hasta obligarla a vaciarse. Deciden aquellos que, si en algún momento han pisado el medio rural, solamente lo han hecho en su casa de fin de semana y siempre mirando con el hombro desde bien arriba. Apostaría, sin miedo a equivocarme, que desde esos despachos se acude en masa al supermercado a la sección de ‘bio’ y/o ‘eco’ porque hay que ser ‘healthy’; y volvería apostar todo a una sola carta a que nunca se han preguntado ni qué agricultor ha cultivado ese alimento, qué ganadero ha criado ese animal, cómo ha sido la recogida de la producción, desde dónde se ha hecho, cuántos jornaleros han trabajado, quién la ha distribuido o el esfuerzo que conlleva cuidar unos animales. A todas estas cuestiones habría que añadir el sacrificio que supone cualquiera de estos procesos cuando estás completamente olvidado y estrujado por la administración. Pero quizás todas estas preguntas son solamente para ciudadanos de segunda. Sin pedir permiso se nos ha impuesto una superioridad moral de las grandes ciudades sobre las zonas rurales cuando desde las grandes urbes nunca se han parado a pensar que si las zonas rurales no producen las ciudades no consumen.
Lo más leído