Ciudad de tipos entrañables

El castañero fue uno de esos personajes que permanece en la memoria de varias generaciones con la misma fuerza de los fríos inviernos que combatía

Fulgencio Fernández
24/10/2022
 Actualizado a 24/10/2022
El castañero preparado para comenzar a vender aquellos cucuruchos de calor y olor inolvidables. | Fernando Rubio
El castañero preparado para comenzar a vender aquellos cucuruchos de calor y olor inolvidables. | Fernando Rubio
Al ir repasando los ‘viejos’ personajes de esta ciudad —si así se puede llamar a los leoneses de los 70— he escuchado varias veces que quien los conoce tiene para ellos con frecuencia el mismo adjetivo: «Era un tipo muy entrañable».  

Con el de hoy ocurre una historia incluso más curiosa. Escribo en un bar —como tantas veces—, está la página abierta y un hombre que colecciona billetes de Renfe y los está colocando en la mesa de al  lado (después me aclara que fue Ferroviario) al ver la fotografía me pide permiso para mirarla más de cerca y exclama: «¡Coño, Pepe el castañero!». Habían sido amigos, le había a veces ayudado a conseguir ‘carbón de caña’ barato para su máquina. «Por el verano se dedicaba a los helados. No le fue mal el negocio, pero jamás hizo ninguna ostentación».

- Me han dicho que era un tipo entrañable; provoco.
- No sé muy bien qué es entrañable. Buen paisano, diría yo.

Y el nieto que le venía a buscar le dice: «Entrañable está bien abuelo, por lo que me has contado cuando vemos al castañero de ahora».
Se refiere a Ángel el Changai y cuenta el chaval que cada vez que pasan delante de él le da dinero para comprar castañas y le vuelve a hablar de su amigo Pepe el castañero.

- ¿Y cómo se llama el abuelo?
- José, y dice él que así no son tocayos, que es menos categoría que ser amigos.

Debía ser entrañable por la emoción que despierta en José y por la cantidad de gente que usa esta palabra para hablar de aquellos personajes del León de los setenta (las fotos de Fernando Rubio son del 77), del castañero o de esas otras que circulan por ahí del vendedor de corbatas, el limpiabotas, la cigarrera de algunos bares... fotos generalmente de Fernando o colegas suyos.

Fernando Rubio también recuerda la vieja máquina y los ritos habituales ante el castañero. «Primero somos atraídos por el aroma que produce su asado, luego por el humo y la vista de la máquina donde se asan ya sea sencilla como el bombo o imitando a la forma de una máquina de tren de vapor de las que aún circulaban por la estación de Matallana».

¿Quién no lo recuerda? ¿Quién no lo ha hecho? ¿A quién no le resulta entrañable? Rubio completa el relato de los recuerdos: «Las ennegrecidas manos del castañero abren el cajón donde las almacena y junta las ardientes castañas en un cucurucho de papel de periódico que pasa a nuestras manos, previo pago, ahuyentando, por unos minutos, el frío de la calle. Luego, al comerlas, su sabor llena nuestro paladar y  hace salir un poco más de vaho de nuestra boca». 


Si hay algo que repiten los visitantes de esta ciudad cuando ya se han ido es el recuerdo de los fríos del invierno; si hay una forma de combatirlo que todos los leoneses —y visitantes— han practicado es acercarse primero a la máquina del castañero y sentir después en las manos el calor que despiden desde el cucurucho que, por otra parte, justifica la pervivencia de los periódicos en papel ¿O alguien sabe calentarse con el ratón del ordenador?
¿Cómo no va a ser entrañable el recuerdo de nuestros castañeros?
Lo más leído