julio-llamazares-webb.jpg

Ciudad de sombras

17/01/2016
 Actualizado a 13/09/2019
Guardar
El segundo libro de Avelino Fierro, fiscal de menores y espléndido escritor amén de dibujante más que digno y de persona poseedora de grandes conocimientos, lo mismo artísticos que musicales, lleva un título inquietante y muy oscuro por más que su contenido esté lleno de luz y de belleza: las que le proporcionan el ágil pulso literario que el fiscal-escritor imprime a sus pensamientos, hojas caídas de su imaginación, y las continuas perlas poéticas con las que hilvana la retahíla de sus diarios, que es lo que son en esencia y forma sus libros. Ciudad de sombra evoca a ciertas novelas góticas y emparenta a la vez con las de escritores aficionados a los espacios cerrados y un tanto hostiles, como es el caso de nuestro Luis Mateo Díez.

A la vez, Avelino Fierro, tanto por la temática de sus diarios como por su actitud vital, a mi me recuerda a Kafka, a Proust, a Walser y a todos esos autores que consumieron su vida en la fidelidad casi obsesiva a una ciudad y dentro de ella a unos itinerarios que repitieron como si fueran los únicos, con constancia y dedicación extremas, prácticamente cada día. En el caso de Avelino Fierro, la ciudad tiene un nombre claro: León, y los itinerarios son fáciles de reconocer, pues los desvela sin ningún pudor: su barrio de San Mamés, donde vive, el camino que va desde allí hasta el centro, ciertos bares y tabernas que aparecen con sus nombres y clientes, igual que las librerías que el escritor acostumbra a visitar también, el sitio en el que trabaja (éste aparece mucho menos, sin duda por discreción) y sobre todo un local al que acude en solitario o acompañado cada noche y que es su particular Aleph: El Cuervo, ese bar que gracias a él ha entrado ya en la literatura, así como sus dueños y sus clientes fijos de todas las madrugadas. El paseo que Avelino Fierro hace hacia él también cada noche tiene algo de peregrinación poética y de peripatética disolución de su espíritu en las sombras de una ciudad medieval que cada vez se parece más a la que él describe, con todas sus luces y sus claroscuros, con todas su grandezas y miserias provincianas.

El dibujo de la portada de Ciudad de sombra, un paseante visto de espaldas cuya silueta recuerda a la del peatón de los semáforos de Berlín y, por asimilación de ideas, a la figura del flanêur que popularizó el berlinés Walter Benjamin, pero en la que se incrusta una constelación de estrellas que remite a la ensoñación y a la noche, abre la puerta a un libro y a una ciudad entre cuyas viejas sombras camina desde hace tiempo una nueva, la de un fiscal-escritor (también dibujante y dj, aunque estas últimas aficiones él las considera menos, prácticamente unos hobbies, algo en lo que sus amigos no estamos de acuerdo) que, sin alzar la voz ni buscar el reconocimiento literario, tan sólo que alguien le escuche, se ha convertido ya en un personaje de la ciudad y en un creador de su imagen pública.
Lo más leído