07/05/2020
 Actualizado a 07/05/2020
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Los países del mundo se gastaron, el año pasado, 1,9 trillones de dólares en lo que ellos llaman Defensa. Produjeron y compraron miles de aviones, de tanques, de barcos de guerra, de pistolas, de ametralladoras y, ¡cómo no!, de cientos de armas químicas y bacteriológicas. Es, por desgracia, la prueba más demoledora de la estupidez humana. Los grandes países se preparan para la guerra definitiva, el armagedón que hará que en la siguiente contienda los supervivientes se enfrenten con palos y piedras. A finales del año pasado, China, la segunda potencia que más recursos dedica a estos ingenios, se enfrentaba ya con el coronavirus. Estoy seguro de que en este año del demonio de 2020, tanto ese país como Estados Unidos, India o Arabia, seguirán invirtiendo en armas lo que podrían dedicar a salvar a millones de seres humanos en sus países o en los países más desfavorecidos de África o de América. 1,9 trillones de dólares tirados a la basura (porque, en caso de hecatombe nuclear no se utilizarían la mayoría de ellos) debería hacernos recapacitar sobre cuales son las prioridades del Poder. Varias veces, en estas mismas páginas, he dejado claro lo que un servidor opina del Poder en la sociedad que nos ha tocado vivir. Está aquejado de varias enfermedades, todas ellas nocivas, pero, sobre todo, tiene una que, además, es un pecado capital: la gula. Nunca se harta de comer derechos y libertades que no le son propias, pero que necesita para hacerse imprescindible. Todos los regímenes políticos que cohabitan en el mundo, de cualquier condición o creencia, luchan por convertirse en omnipotentes. Tejen una tela de araña tan tupida que las libertades no pueden pasar por ellas y, en consecuencia, el pueblo, los súbditos, las pierden. Lo que está haciendo nuestro gobierno durante esta crisis es lo mismo que hacen o harán el resto de los gobernantes de cualquier país del mundo: jodernos la libertad. Nuestro gobierno utiliza como argumento una amenaza: no sabéis lo que está pasando, no tenéis ni idea de lo que estamos haciendo por vuestro bien; sois, en definitiva, unos desagradecidos. Mejor dicho: sois débiles mentales, niños chicos a los que hay que llevar de la mano. No os podemos decir la verdad porque os volveríais locos y saldríais a la calle a destrozarlo todo. Para eso tenemos a las Fuerzas de Inseguridad, para que os inflen a hostias y a multas... Conste, antes de que alguno de mis amigos se indigne y me dé a mí alguna, que estoy seguro de que los ‘Otros’ lo hubieran hecho igual y que ni siquiera se pondrían colorados al robarnos no solo la libertad, también el dinero, que son muy aficionados a ello. Aquí no hablamos de siglas: hablamos de Poder. En casi todos los países del mundo han hecho lo mismo. Se libran los muy aislados o los muy pequeños. Nueva Zelanda es el mejor ejemplo. También Australia. ¿Por qué ellos lo hacen de otra manera? ¡Hombre!, unos países fundados por los descendientes de todos los ladrones, embaucadores y asesinos que poblaban las cárceles de su Graciosa Majestad, tienen en el ADN el virus de la libertad arraigado profundamente. Y lo hacen valer. Pero no estamos hablando de las excepciones; hablamos de la norma, común en toda Europa.

Un ejemplo: la provincia de León tiene mil cuatrocientos ocho pueblos, doscientos nueve municipios, de los cuales doce tienen más de cinco mil habitantes. Hablar de «desescalada» en esta provincia, siguiendo las mismas pautas que se imponen en Madrid, Barcelona o Sevilla, es de locos. Llevamos siete semanas encerrados en casa, también los que tenemos la suerte de vivir en uno de esos pueblos que no llegan, ni hartos de coca, a doscientos habitantes. Cualquier persona con dos dedos de frente, cualquier médico, os diría que si no recibiésemos visitas de algún marciano (de Madrid, de León o de Calcuta, pongo por caso) es prácticamente imposible que en uno de esos pueblos se produzca algún contagio. Pues no. Hemos tenido que estar encerrados el mismo tiempo que uno que, por ejemplo, fue a la ‘manifestación de las locas’, a ver un partido de fútbol o a escuchar las sandeces de un político con el diente envenenado de rencor en Vista Alegre. (Y no, no me estoy refiriendo al vicepresidente, sino al sujeto ese de Vox). Además está lo del lenguaje que utilizan... ¿Qué demonios quiere decir «medidas asimétricas»? Simetría significa, y tiro del DRAE: «modo en el que están colocadas las cosas de un conjunto, de manera que existen dos parte exactamente iguales que se contraponen». Asimetría es, entonces, su negación. ¿Qué nos quieren decir? ¿Que unos somos más iguales que otros? Va a ser que no. Póngase en práctica la «desescalada» de una santa vez. Aunque llegará tarde. El setenta por ciento de los habitantes de la provincia deberían estar libres desde hace muchos días. Pero no. Es mejor tener al rebajo encerrado con la excusa de que va a venir el lobo, de que nos protegen, de que sólo piensan en nuestro bien. Y el rebaño callado. Lo último: ellos no tienen ni puta idea de qué es contra lo que están luchando. Lo que pasa es que no lo reconocen.
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