14/02/2021
 Actualizado a 14/02/2021
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En todas las ciudades de provincias existen personas que presumen de su árbol genealógico y nos recuerdan constantemente que están casados (o casadas) con un cirujano, un juez o un empresario de postín. Utilizan su vínculo conyugal para jactarse de su posición y no pocas veces para presionar a quien consideren oportuno. Suelen cultivar lazos sociales que les permiten afianzarse en instituciones públicas. Con el tiempo forman parte de un círculo endogámico que se va estrechando, no por falta de expansión vanidosa, sino porque las ciudades donde viven se repliegan y envejecen miserablemente. León lleva un tiempo pareciéndose a esos matrimonios ufanos e hipócritas. Suena triste, pero es así. Todo el mundo acaba conociendo a todo el mundo y la ausencia de sangre, o de rostros nuevos, se convierte en un síntoma de decrepitud. Llega el día de los enamorados y falta poco para imaginar a la pareja agarradita de la mano y paseando soñolienta por la Calle Mayor (como en aquella película inolvidable de Bardem).

Naturalmente, también en los pozos medra el liquen salvaje. O el hastío. Un día alguien (unido a otras almas gemelas) se harta y decide romper su silencio. Se corre el riesgo de que sea un populista de voz melodiosa, pero la rabia puede venir de un movimiento anónimo, o de un puñado de poetas. Hasta aquí hemos llegado, susurran. Se movilizan, reparten pasquines, se plantan con un asno en medio de la plaza. Incluso puede ocurrir que perpetren algo inédito: redactar mil cartas, por ejemplo, y enviarlas a mil destinos exclusivos. Hablo de cartas manuscritas, perfumadas con gotas de azahar, de renglones largos y poderosos.

León, a diferencia de esos matrimonios pijos de los que hablábamos al comienzo de este artículo (¿o es una carta?), guarda una oportunidad. De entrada, es conveniente que no se resigne ni se mienta a sí mismo: las cosas están muy, muy chungas, y no vendrá un forastero melancólico a resolverlas (como en aquella película inolvidable de George Stevens). La esperanza está en cierta clase de leoneses: ciudadanos que actúan sin dobleces ni malicia, que no cultivan el lamento perpetuo, que no están maniobrando en la penumbra. Personas que conservan un atisbo de transparencia en la mirada y un espíritu sensatamente optimista. Alguien que te mira a los ojos en medio de la tempestad y aboga por sumar esfuerzos. Conozco gente así. Es inevitable enamorarse de ellos.
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