10/07/2020
 Actualizado a 10/07/2020
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En esta columna que semanalmente se me brinda, suelo compartir mi pensamiento liberal en relación a la política, la educación, la economía, la sociedad… Lo que podría tomarse como liberalismo con mayúsculas y sin etiquetas. Nada de liberalismo económico, liberalismo conservador o neoliberalismo. La libertad del individuo como concepto general y como pilar fundamental para una sociedad sana y justa. Normalmente no toco temas personales, pero en esta ocasión me quiero dar el capricho.

Hoy les quiero hablar de la pérdida de libertad de una persona muy cercana y querida por mí que, por causa de fuerza mayor (causa del covid concretamente), ha pasado 100 días ingresado en la UCI del hospital de León luchando como un jabato por conservar la vida.

Me refiero a mi suegro Manuel. Un paisano del campo leonés regado por el Esla, Villamarco, pero con gran parte del corazón y recuerdos en el pequeño y encantador pueblo de Villarín de Riello. Un paisano cuyo rostro refleja las largas caminatas de cacería, los innumerables días de pesca por los ríos de nuestra provincia y los miles de kilómetros recorridos conduciendo una máquina de tren. Un tipo duro y algo indomable al que ni el coronavirus ha logrado doblegar.

Durante este tiempo de angustia y distancia que solo las familias a las que les ha pasado pueden hacerse una idea, ha estado al menos en un par de ocasiones a punto de cruzar esa línea invisible que nos hace pasar del aquí al allá. Pero su fuerza y su tozudez dieron la batalla al virus y a las secuelas, para seguir estando entre nosotros y disfrutar de sus nietos y en un tiempo, si Dios quiere, de su caza y de su pesca.

Cien días en los que tienes un familiar a unos pocos kilómetros pero que, por estas malditas circunstancias, no puedes ni ver ni acompañar. Delegando el afecto y los cuidados en un personal sanitario a los que nunca se les agradecerá lo suficiente lo que han hecho y hacen cada día por nosotros y por nuestros seres queridos, llevando, además de sus cuidados, un gesto, unas palabras o unas caricias donde los familiares no llegábamos.

Me quiero acordar también, de los familiares de amigos (Inés, Isabel, José Luís, Maite…) que no lograron superar la enfermedad y a los que no tendremos la suerte de volver a abrazar a la salida del hospital.

Estas pérdidas tan terribles, el brutal esfuerzo de nuestros sanitarios y los cien días de mi suegro en la UCI (más lo que le quede en planta y de rehabilitación) nos deben hacer pensar en si nos estamos tomando las medidas de protección en serio o si estamos empeñados en volver a banalizar los posibles rebrotes de este condenado virus y volver a repetir la historia empeorada por el próximo invierno.

Para justificar nuestros puntuales excesos gastronómicos, mi suegro suele decir aquello de «que se joda el que tenga que pujar por la caja» pero intentemos vernos en esa caja lo más tarde posible.
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