Cien años de Nosferatu

Bruno Marcos recuerda al vampiro de la mítica película de Murnau que cumple un siglo

Bruno Marcos
15/01/2022
 Actualizado a 15/01/2022
Nosferatu desapareciendo al amanecer (Murnau, 1922).
Nosferatu desapareciendo al amanecer (Murnau, 1922).
Cualquiera que lo ve se espanta al instante… con las orejas, los dientes, los brazos, los dedos y las uñas extremadamente largos, sin cuello ni cabello, oprimido por su traje demasiado ajustado y abotonado en exceso, con unos ojos sin párpados orlados de hollín negro y como asustado de sí mismo… A veces se precede con sus sombras, sabedor de que aún es peor lo que se imagina que lo que se ve del todo, lo que se intuye que lo que ocurre de verdad… Lo que más miedo produce de él es que, siendo su figura la que da pavor, se muestra aterrorizado. Está paralizado o se mueve lentamente porque se sabe en su propia presencia, en la de Nosferatu.

El vampiro fílmico creado por Murnau cumple cien años, es decir, cien años a mayores de los que pudiera tener ya en 1922 la leyenda de los seres siniestros que chupan sangre; y no se parece tanto como se cree a su ‘doppelgänger’, Drácula, aunque los juzgados admitieran la reclamación de la viuda de Bram Stoker que conseguiría destruir una gran cantidad de copias de la película. Murnau y su productora eludieron lo derechos de autor inventando otro vampiro. Si Drácula es un ser maléfico pero atractivo, Nosferatu es un adefesio, incluso sus dientes afilados y mortales no son los colmillos sino los incisivos. Ambos muestran una palidez estremecedora, ambos se extasían ante la aparición accidental de una gota de linfa, los dos son nocturnos, no soportan la claridad del sol y no se reflejan en los espejos porque no portan luz sino oscuridad; pero mientras a Drácula se le nota poseedor de un secreto a Nosferatu se le percibe atónito ante su propio mal banal; Drácula desea pero Nosferatu es el vacío.

Dicen que las graves pestes de finales del siglo XVII y principios del XVIII inspiraron la leyenda vampírica en el centro de Europa, que las prisas por enterrar a los cadáveres hacían que algunos enfermos sepultados antes de tiempo despertasen y volviesen a sus casas, seguramente con la misma cara de espantados que este Nosferatu.

En el mítico film, Nosferatu trae una gran mortandad a la ciudad a la que se dirige, viene en un barco con velas negras y penetra caminando en la urbe llevando su propio ataúd debajo del brazo. Son escenas terribles. La gente se confina como ahora y cierra las ventanas y se muere porque Nosferatu, además de beber plasma sanguíneo, trae ratas, plagas y pandemias. En un momento dado, varios féretros son llevados a hombros por la calle principal a plena luz del día mientras él duerme en su noche perpetua arropado por la tierra transportada desde su Transilvania natal.

Es un horror centenario muy bien hecho que, siendo viejo, no caduca sino que mejora y cada vez da más miedo porque cada vez es más raro el cine mudo, en blanco y negro, y es como si toda la película estuviera hecha sobre la piel de un ala de murciélago.
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