Cien años de ‘Luces de Bohemia’

El pasado octubre se cumplieron cien años de la aparición en prensa y por entregas de ‘Luces de Bohemia’, una de las obras cumbre del teatro del siglo XX

Bruno Marcos
14/11/2020
 Actualizado a 14/11/2020
Agustín González y Francisco Rabal en la adaptación cinematográfica de ‘Luces de bohemia’.
Agustín González y Francisco Rabal en la adaptación cinematográfica de ‘Luces de bohemia’.
Todos los años leo ‘Luces de Bohemia’, o voy al teatro o veo la película. Al principio me fascinó su ambiente de poetas. Luego fue su humor, su irreverencia llena de citas librescas, su rabia contra la literatura oficial y la academia. Más tarde la existencia bohemia que se retrata, ese Madrid brillante y hambriento. Más adelante la crítica social y política. Pero todo ello, en todas las épocas de mi vida, galvanizado por el embrujador patetismo del fracaso.

También leo cuanto sale de Alejandro Sawa, el escritor real que, prometiendo mucho, acabó ciego y derrotado inspirando, con su penosa muerte, esta obra a Valle. Pero salgo siempre decepcionado de las obras de Sawa y de las obras sobre Sawa, a excepción de algún fragmento de su diario, porque el Sawa bueno es Max Estrella, el protagonista de Luces, es decir Sawa pasado por el genio de Valle. Qué duda cabe de que hay mucho de Valle en Max Estrella además de lo de Sawa. Lo cierto es que lo que conocemos de ambos está en tela de juicio porque los dos han pasado a ser mucho más que escritores, mucho más que personajes: arquetipos. Cuando se accede a la categoría de arquetipo lo real se difumina, sólo nos queda profundizar en la leyenda. No sabemos cuánto hay de verdad en la biografía de Valle, cuánto exageró, cuánto inventó y cuánto le inventaron. En la biografía imaginativa que le dedicó Ramón Gómez de la Serna cuenta que los anecdotarios creaban para los periódicos cada día sucesos cómicos de él y este, sabedor de la pobreza de los literatos, los daba por buenos contando con que les pagarían algo por ellos.

En ‘Luces de Bohemia’ la crítica se dibuja con lápiz feroz en esbozos y caricaturas que dejan a todos los personajes a lo largo de la obra tambaleándose: el tabernero que, en medio del lumpen, aún cree en los políticos patriotas; el librovejero miserable; el amigo borracho, adulador y gorrón; el autor que, para escribir libros de viajes, se aloja en la beneficencia de los países que visita; la inocente aprendiz de puta; el soberbio proxeneta; los jóvenes poetas modernistas que sólo quieren reírse de todo antes de ser absorbidos por la rutina; el sereno dispuesto a golpear al escritor aunque le digan que es una gloria nacional; el funcionario cursi; el director de periódico que no denuncia el atropello por desconocer la política del medio respecto a la autoridad; el ministro que, por nostalgia de su juventud, frívolamente dice envidiar la desgraciada vida del bohemio… Y todos así, desde arriba hasta abajo y desde abajo hasta arriba.

Mucho de lo que sale en ‘Luces de Bohemia’ sigue estando en nuestro presente. A medida que pasan los años y uno ve más cosas del mundo va encontrando más y más ese patetismo, ese fracaso, esas caricaturas por todas partes y la teoría estética del esperpento se desmaya y se licúa en una suerte de realismo. Es decir que en ‘Luces de Bohemia’ la teoría estética del esperpento sobra. No hace falta pasar a los personajes por los espejos deformantes del Callejón del Gato, la caricatura es un retrato. En realidad, ante la degradación general, lo que queda un tanto esperpéntico son los buenos ideales, la belleza, la poesía y los sueños.

El gran tema de ‘Luces de Bohemia’ no es el tema de España sino el muy clásico del choque de los sueños con las realidades, el del fracaso de los primeros incardinado en la más segura tradición de nuestras letras: la de construir las mejores obras de derrotas. Valle la borda cuando, al final, ya no es ni modernista, ni esteta, ni carlista, ni nada, sólo fracasado; cuando ve en el cadáver yacente de su amigo Sawa, ciego, loco, pobre, olvidado y furioso, su propio cadáver y su propio fracaso. Cuando España le enseña su gran lección es cuando está maduro para escribir de algo: de que la belleza, la poesía y los sueños, son quijotadas, que haber aspirado a ellas, en medio de lo grotesco y de la putrefacción social, es lo auténticamente esperpéntico, algo universal.
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