27/02/2015
 Actualizado a 16/09/2019
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No sé si sabéis de donde viene «más chulo que un ocho». Os lo digo: los chulos y las chulapas que iban a la campa de San Isidro, a la verbena, lo hacían en el tranvía de la linea ocho. Sigo, que me pierdo. Hoy, hace un rato, me crucé con un hombre que era, o por lo menos tenía, pinta de chulo. No sé si tiene motivos para serlo, seguro que sí, pero, ¡hombre!, esa aptitud, ¡por Dios! El hombre debería saber que, por muy bien que le haya tratado la vida, existe la virtud de la modestia. Aunque, a lo mejor, el tipo predica con el ejemplo la máxima de don Juan Tenorio: «Quién la hace y no la dice es como si la mete en el puchero». El tipo, en todo caso, era, físicamente, por lo menos, lo más anodino y normal que os imaginéis. A lo mejor es que es rico, con la faltriquera repleta de dinero debido a una herencia, a la suerte, por su trabajo, o por lo que roba a sus obreros. ¡Vaya a saber!

Un poco después, diez minutos o así, me encontré con una mujer más bella que la luna en el decimocuarto día. Lo tenía todo, incluso un halo de paz en su rostro. Y, creerme, paseaba por la calle como una persona normal, común y corriente. La sobraba todo, pero no presumía.

Ahora, en estos tiempos convulsos, se presume de casi todo y no se debería. Mirad aquel hombre, ese que escribe libros: piensa que junta letras mejor que los Baroja. Se lo han dicho los pelotas y los ‘abraza farolas’. Y se lo cree. No tiene ni idea. En otro lugar, cerca o lejos, vive otro que lo hace mucho mejor que él. No tengáis duda.

Mirad ese político que sale cada poco en la tele. Piensa que el portador de la verdad. Es más, piensa que ha inventado la verdad. Uno, que va para viejo, se acuerda perfectamente de los jóvenes políticos de las primera elecciones democráticas. De todos ellos, sólo dos y medio (porque Guerra ha estado siempre mal mirado, hasta su jubilación), pasarán a los libros de historia. Todos, los cientos de aquellos jóvenes, creían, sin embargo, que ellos eran los elegidos.

Mirad ese jugador de fútbol. Cada vez que mete un gol, hace un poco el gorila; bueno, lo hace mucho. Está convencido de que es el mejor jugador de todos los tiempos. Puede ser, pero ese niño que juega en el Puente Castro, ese que regatea hasta a su sombra, va a ser mejor que él. Puede que si se entera de que existe, mande a un sicario para que lo elimine, no vaya a ser... Otra vez os cuento lo que decía Salomón: «Vanidad de vanidades... Todo es vanidad». O lo que decía don Juan Manuel, ya sabéis, lo de la vida y los ríos que van a dar a la mar, que es el morir. Todo esto empezó porque vi, esta mañana, a un tipo que tenía mucha pinta de chulo.

Salud y anarquía.
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