15/05/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Martes, 14 de mayo. Víspera de fiesta. Esta mañana mi hijo León ha despertado, como todas las mañanas, desperezando el sueño con estiramientos y sonrisas. Se trata, sin embargo, de una mañana especial, hoy tienen verbena en la guardería, para celebrar la festividad de San Isidro, patrono de Madrid y de los agricultores. Aunque sólo tiene un año, estoy seguro de que ya es consciente de su suerte por tener una madre como Helena, que hoy le viste de chulapo, con visera y chaleco, camisa y pañuelo blanco al cuello, pantalón y calzado negro, sin que le falte ni un detalle, hasta el rojo clavel prendido en el ojal. Va más chulo que un ocho y nosotros también.

Un caso singular el de Madrid, ciudad sin mar y con «aprendiz de río» (Quevedo dixit), que sin embargo es puerto, ciudad abierta y de acogida para tantos y todos los que aquí llegamos. Madrid, ciudad de aluvión, en la que nadie es extraño ni excluido, celebra su fiesta como celebración y no como excusa para reivindicar esa peligrosa abstracción, que algunos han puesto de moda, llamada identidad.

Este motivo festivo me lleva a la reflexión sobre el Estado de las Autonomías en el que nos hemos enredado y que nos ha nublado el juicio, igual que si se tratara de un embrujo o encantamiento, y concluyo que debería reducirse a una sola Consejería, la de Coros y Danzas.

El Estado Autonómico halla su fundamento en el principio de la Filosofía Política que establece como más democrático el gobierno en el que los gobernantes están más cerca de los gobernados. Fue Montesquieu quien consideró como más saludable esta cercanía, ya que estando en la naturaleza del poder el corromper, cuanto más cercano esté de los ciudadanos, más fácil podrán estos controlarlo.

Sin embargo, en lugar de limitar las posibilidades de corrupción, con las Autonomías hemos multiplicado por diecisiete las opciones de los gobernantes para corromperse. Y con esta multiplicación de panes y de peces, de los que no comemos todos, sólo unos pocos, ha resultado que en lugar de controlar más eficazmente a los gobernantes, nos han despistado en un laberíntico entramado de administraciones, instituciones y despachos. Y mientras, nos bailamos un chotis.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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