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Chopos viejos

09/04/2023
 Actualizado a 09/04/2023
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Al tiempo, el elemento, le metería yo un paquete bueno por cómo avanza. Por su velocidad trapera, por cuánto de él se necesita para ver algunas cosas hechas, completas y qué poco para que desaparezcan. De una manera parecida a como me desasosiega pensar en lo insignificantes que somos dentro del universón, me incomoda reparar en la cantidad de tiempo que se necesita para conseguir ciertos objetivos. Que no todo es pelotazo y para arriba. La nueva reglamentación de la carrera diplomática dicta que serán veinte años los necesarios para ocupar un puesto en una embajada de alta relevancia como París o Washington, y el mismo tiempo se puede tardar en conseguir los resultados deseados en el diseño paisajista de algunos jardines, como deja ver en sus trabajos Luis Vallejo, el sabio de los bonsáis español.

He tenido estos pensamientos lúgubres porque me produce desolación, y muchos de ustedes me acompañarán en el sentimiento, la tala practicada en el recinto de la piscina de Sáenz de Miera. Cierto que se ha llevado a cabo para prevenir accidentes por posible caía de los árboles afectados por una plaga, pero me duele la desaparición de esas torres verdes. Aquella piscina era un oasis, una pradera espectacular de orografía irregular con sombra natural de chopos viejos y estanque olímpico al que tengo un apego especial. Al agua verde musgo de ese piscinote me lancé una mañana de invierno de hace casi treinta años apostando contra unos amigos a que me atrevía a saltar. Gané, y el ímpetu se convirtió en parte de mi ser desde entonces.

Pues bien, sufro pensando en la cantidad de años que será necesaria para ver una arboleda semejante en aquel prado. Será la mano del hombre capaz de levantar una nueva estación de autobuses en un año, pero un jardín como el añorado pueda que requiera de una década. Y lo dejo así de corto porque se trata de chopos cerquita de una exhuberante ribera urbana, que crecen que se matan. Si fuesen olivos intentando engordar su tronco más allá de los ocho metros perimetrales podríamos esperar siglos. Así se las gastan los árboles monumentales. Andaba Abderramán II atusándose sus primeros pelajos en el mentón cuando ya empujaban para arriba algunos olivos en el pueblo castellonense de la Jana, valga la nota.

Dirán los lectores asturianos que todavía colean este Domingo de Pascua que me quejo de vicio, que ellos con sus cien fuegos provocados intencionadamente para generar pasto si que son unos damnificados y es cierto. A ver si a todos nos cura el dolor el curioso elemento.
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