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Chivarse de un chivato

13/12/2020
 Actualizado a 13/12/2020
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No queremos a los chivatos, todo esto es por el money», canta el rapero Morad en una de sus canciones. «Al chivato lo mato, lo mato aunque sea mi hermano», arranca otro de los temas de Yung Beef, el patriarca del ‘trap’ español. Nada nuevo respecto al anacrónico código de honor que llega desde los guetos negros de Estados Unidos a través de sus estrellas del hip hop. El soplón o ‘snitch’ es lo peor de lo peor, según ellos, por no seguir las normas de la calle y acudir a la policía en lugar de solucionar los problemas (casi siempre causados por alardes de testosterona y territorialidades absurdas) por las bravas. Se premia la ‘omertá’ o código del silencio, y el estado de derecho se sustituye por la ley del más fuerte.

El delator siempre ha dado mucho juego. Ahí están los ‘pentitos’ de las películas de mafiosos: arrepentidos que se arrepienten de haberse arrepentido, como Ray Liotta en ‘Uno de los nuestros’. O los informantes anónimos que dejan en buzones las fotos de sus delatados en ‘Fahnreneit 451’.

Pero hace unos días llegamos a un nuevo capítulo dentro del imaginario colectivo ‘chivatil’. Recordemos: en Bruselas la policía interviene en una orgía homosexual ilegal en la que 25 hombres están manteniendo relaciones sexuales sin protección (de ningún tipo) y contraviniendo la ordenanza anti-covid que limita el número de personas que pueden permanecer al mismo tiempo en un recinto cerrado. Entre los participantes, uno de ellos pretende escapar descolgándose desnudo por el canalón de la vivienda: es un eurodiputado que no quiere que trascienda su identidad.

Cuando, en un primer momento, se especuló con la posible nacionalidad española del europarlamentario, muchos nos incorporamos del asiento y apuntamos con el dedo a la pantalla, como Leonardo DiCaprio en ‘Érase una vez en en Hollywood’, gritando al unísono el mismo nombre. La decepción de descubrir que el cuasi-fugitivo era el húngaro József Szájer se tornó en gozo al saber que había sido uno de los impulsores, junto con su jefe Viktor Orbán, de la nueva constitución de su país, en 2011, que bloqueaba el camino a la posible legalización en el futuro de los matrimonios del mismo sexo.

Lo mejor estaba por llegar: el anfitrión de la fiesta en que tuvo lugar la redada, David Manzheley (aunque otras fuentes señalan que es un nombre falso y que se trata de un estafador huido de Polonia), denunció a los organizadores de orgías gays ‘rivales’ de llamar a la policía para, según sus declaraciones, “atraer a más hombres a sus propias fiestas”. Y, de esa forma, rompía doblemente la ley del silencio, chivándose del chivato. Tiempos loquitos, una vez más.
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