16/04/2015
 Actualizado a 19/09/2019
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Qué le vamos a hacer. De toda la vida, tengo ese defecto. Desde la época del por qué cuando aún me colgaban las piernas en la silla y no sin cierta dificultad coloqué la mía para escuchar la conversación de la mesa de al lado, me quedó el San Benito de ser la cotilla de la familia. Imagínese cuando dije que quería ser periodista. ¡Lo que escuché! Que si «lo que te faltaba, ahora el título oficial de cotilla», o la típica de «¿para presentar el Tomate?» –de aquella aún no sabíamos del Sálvame, pero sí de Jorge Javier– y tampoco hay que despreciar los variopintos comentarios sobre las posibilidades de esta profesión para emparentar con la Familia Real.

Recuerdo una de aquellas primeras clases sobre las cualidades de un periodista. Y allí salió el tema de ‘La curiosidad’. Yo que siempre he sido muy despierta, dije, va a ser eso: lo que pasa es que soy curiosa, no cotilla. Desde entonces, he seguido ocupándome de los chismes de acá y de allá, como los que cuenta la peluquera de toda la vida en lo que te lava la cabeza.

Le cuento, entre usted y yo, los últimos por si no se ha enterado: resulta que una pandi de profes del cole anda poniendo a caldo a unos cuantos críos y fíjese qué rabia, con lo mayores que son y con estudios y todo, no saben eso de que hay que meterse con los del tamaño de uno. Si ves la conversación, muy fuerte. Salió en la tele y hasta en el periódico. Y bueno, la última, última, aquí en Ponferrada. No se lo diga a nadie, es un secreto: los del PP ya han pasado lista para la excursión de mayo.

Va a ser que entre tanto chisme, igual al final es verdad que esto va de cotilleos. Ya saben lo que dicen sobre que la curiosidad mató al gato, pero habrá que seguir hurgando a ver si encontramos algo interesante.
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