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Chiquilicuatres

23/10/2022
 Actualizado a 23/10/2022
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Todo empezó con el Chikilicuatre. Entre burlas y sátiras hacia una manera nueva y no por ello mejor de escoger representante para un festival musical que por entonces recuperaba fuelle sin perder caspa (proceso curioso que ha abundado mucho desde entonces), un programa televisivo de otra cadena propuso un candidato de coña. Era un tipo bizarro, con acento argentino, tupé de matrona antigua, guitarrita de juguete (con nombre, Luciana) y unas acompañantes entre birmetes y muñecotas. La cancioncilla y el baile asociado eran pegadizas y guasonas pero pocos creían que fuese a salir elegido, sobre todo en la cadena estatal organizadora. Lo fue. Y hasta desempeñó digno papel, no mal clasificado, lo que ubicó al festival en su justa dimensión y a Rodolfo Chikilicuatre en un lugar donde su parodia se convertía en normalidad, licuando su acidez en un PH neutro.

Desde entonces, Trump. Un tipo con una esterilla pajiza pegada al cráneo, una modelo que parece detestarle asida al brazo de mala gana y una verborrea soez y embustera que si no hace gracia a nadie al menos parece tomar por bálsamo un montón de votantes con ganas de escarnecer el sistema. Llámenlo Eurovisión o Estados Unidos. El sistema se amolda, por supuesto. El tipo acabó por asaltar el Capitolio (lo hicieron sus secuaces disfrazados de chiquilicuatres étnicos) como si el festival debiera declararlo ganador a toda costa. Los chiquilicuatres que no se retiran a tiempo acaban por creerse cantantes.

Brotan, desde aquella, chiquilicuatres por doquier, con mayor o menor punto estrafalario. A unos los delata su aspecto antes de abrir la bocaza, a otros les sobra con su bocaza. Por ella suelen proferir chulescas groserías propias de otros lugares, pues aunque el chiquilicuatre de esta década no haga reír sí abunda en el cambalache de escenarios del modelo original: tiene a las asambleas democráticas por la barra de un bar.

El más veterano y grotesco de estos majaderos quizás sea Silvio Berlusconi. Ya bailaba el bunga-bunga cuando el chiki-chiki no existía. Berlusconi acaba de ser reelegido para un Senado que lo expulsó por fraude fiscal, porque, digámoslo claro, si estos tipos ganan festivales es con trampa y con dinero. Es, también, amigo de Putin, con quien intercambia botellitas de alcohol, como hacen los colegas de farra. Lo tiene todo menos la guitarrita. Y lo de ‘todo’ podría ser literal, si no fuera por la vergüenza.

A Il cavaliere, convertido en ‘calavere’ (y perdónenme el italianismo macarrónico a lo Hombres G, otra momificación) le tiran tanto las costuras que su ya imborrable y siniestra sonrisa, de personaje de Stephen King, es la mueca del último chiquilicuatre, la de un tipo que quiere presentarse a una Eurovisión cuyo mayor suspense consiste en saber si su grupo acabará por ganarlo. De momento les han elegido en su país.
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