Chipre, la ‘number one’

02/06/2020
 Actualizado a 02/06/2020
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En esta escalada de despropósitos que lucen al lado de la desescalada de fases dentro de una situación que por lo inédito se va construyendo sobre su propio presente, ese que, como decía José Luis Cuerda, en la e última deja de serlo, se descubre lo que ya parece el final de todo. A partir de ahí solo queda tirarse por el precipicio y dejar que la naturaleza se reconstruya por sí misma pidiéndole perdón por habernos hecho los vivos sobre ella. Ese límite lo puso Chipre al anunciar una promoción salida de las cabezas pensantes de los mejores curriculums de la isla mediterránea. Que vengan a ver la cuna de Afrodita y a dejarse la piel dorada, con límite de aforo, en este cálido clima trazado a escuadra sobre una panorámica inefable. Que se dejen los cuartos esos que han pintado con tiza en la puerta de sus casas durante tres meses una línea que pone salida y que, en cuanto suene el silbato, van a rebasar casi sin pensarlo, con esas maletas desinfectadas con gel hidroalcohólico y la mascarilla endulzada en sueños vacacionales. Que vengan y rindan culto al mar, a la pasión y, sobre todo que dejen desguazarse las carteras amohecidas por su única incursión en los supermercados con el miedo de dejarse tocar por el coronavirus. Que nos escojan entre todos los destinos que han activado el cielo de tormentas de cerebros para definir ese plan que nadie podrá rechazar. Y el fin justifica el de Chipre. Ven, disfruta y si te llevas un virus real, no te preocupes, a tu llegada a casa y tal vez antes de que entres en la UCI, te reembolsamos todo lo que hayas gastado en la isla encantada. Que no se diga que por ser isleños no somos generosos. Y la idea, lejos de ser criticable, no se persigue. Tal vez nos hayan inoculado un bálsamo contra la insensatez o nos hayamos acostumbrado a quitarle chicha al que construyó muros insalvables en nuestros hogares y que aún hoy nos mantiene a raya.
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