28/04/2021
 Actualizado a 28/04/2021
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Antes de ayer se cumplieron 35 años del que ha sido el peor accidente nuclear de la historia: el de Chernóbil. Fue el 26 de abril de 1986 y aún a día de hoy no se sabe a ciencia cierta su alcance; ni siquiera es posible conocer el número de víctimas… Pero, para que te hagas una idea, se estima que la cantidad de material radiactivo liberado fue 500 veces superior al de la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima en 1945; de hecho, la radiación fue detectada en más de una docena países de Europa central y oriental, con la intranquilidad que –como puedes imaginar– ello supuso… Unas 135.000 personas fueron, además, evacuadas…

Hasta hace un par de años, la verdad, no tenía más que una vaga idea de aquel desastre, pero tuve entonces ocasión de ver la miniserie de televisión –más que recomendable, dicho sea de paso–, lo que ha despertado mi interés y me ha llevado a curiosear…

Más allá de las cuestiones técnicas que propiciaron el accidente, incluso de los esfuerzos realizados por minimizar acto seguido sus consecuencias –miles y miles de personas participaron en las labores de descontaminación–, me deja sin palabras la estrategia política de guardar silencio. Que sí, que ya sé que eran otros tiempos, y que estamos hablando de la Unión Soviética –que no es que se caracterizara precisamente por dar a conocer al resto del mundo lo que sucedía en su territorio– pero, aun con todo y con eso…

Tampoco me quiero ni imaginar qué pasaría por la cabeza de todas esas personas que tuvieron que abandonar sus casas… para siempre. La llamada ‘Zona de exclusión’ –unos 30 kilómetros a la redonda a partir de la central– está desde entonces abandonada por la fuerte contaminación radiactiva; de hecho, las fotos que se ven de Prípiat –la ciudad más próxima, que contaría entonces con unos 50.000 habitantes– producen verdaderos escalofríos…; aunque hay que reconocer que su visita –está permitido el turismo en determinadas condiciones– tiene que ser, cuando menos, toda una experiencia, ¿no crees?
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