23/02/2019
 Actualizado a 07/09/2019
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El pasado viernes la ministra de educación, Isabel Celaá, aprovechó la información del Consejo para atacar a la ya vilipendiada Lomce y para ensalzar a la ‘Lomloe’, la nueva ley aprobada por el Consejo de Ministros. Esta es la ley educativa más efímera y breve de la historia, y en el mundo de la educación estamos contentos porque ha nacido con poca vida y así nos libramos, al menos por este curso, de todo lo que «nos venía encima». A los profesores, que odiamos el papeleo y las reuniones, nos amenazaba otro cambio en los proyectos educativos de centro y en las programaciones de las asignaturas. A los padres les asustaba el no poder elegir centro para sus hijos. Y a los alumnos les esperaban nuevas optativas, nuevos itinerarios, nuevos criterios de promoción y titulación. Ellos están hartos de tantos cambios. Si al menos fuera algo pactado, duradero, estable y definitivo, pero la Lomloe nacía con la amenaza de la oposición de cambiarla a su vuelta.

En mi opinión cualquier nueva reforma educativa ‘partidista’ que no esté basada en un pacto educativo para dar una solución global y de futuro a los problemas educativos va a ser mal aceptada y siempre tendrá los días contados. Eso le ha sucedido a la Lomloe que nace con el único objetivo de destruir a la Lomce que, a su vez, ya estaba pidiendo a gritos una revisión: Las reválidas nacieron ya muertas y por eso las aparcó antes de su aplicación el mismo PP, la religión no debe ponderar como la Música o Informática para acceder a la universidad o el director no debería ser nombrado a dedo por la administración sino salir del claustro con el apoyo de la comunidad educativa.

Creo que puede ser interesante analizar los dos temas que más comentarios ha provocado esta ‘breve’ reforma educativa: la homogeneización del sistema educativo estatal y el bachillerato de tres cursos.

En primer lugar, nuestro consejero de Educación, Fernando Rey, llamó a la nueva Lomloe «chapuza cósmica». El calificativo es muy fuerte y más si viene de la máxima autoridad educativa de nuestra comunidad. ¿Qué habrá visto el consejero para aplicarle semejante calificación? Según él es «un triunfo de los populistas e independentistas que son sus socios parlamentarios y este es un Gobierno débil». Se entiende el ‘cabreo’ del consejero porque la nueva reforma se apoya en los populistas para rebajar el nivel educativo y en los independentistas para romper cualquier intento de homogeneización del sistema estatal, precisamente lo contrario a sus pretensiones ya que él ha apostado por la homogeneización del sistema educativo estatal y ha iniciado una ‘cruzada’ para conseguir una selectividad única y simultánea sin ninguna discriminación para el Acceso a la Universidad con el fin de evitar la injusticia que afecta principalmente a sus alumnos de Castilla y León. Esta ley que permite a cada comunidad hacer lo que quiera, principalmente en temas lingüísticos, es aprovechada por Vox para justificar su petición de centralizar las competencias de Educación. No compartimos esta exageración, pero no se extrañe, señora ministra, porque su ley en este tema es una provocación y «aquellos polvos traen estos lodos».

Y en segundo lugar, debo reconocer que teníamos una morbosa curiosidad por saber cómo iba a ponerse en práctica el gran invento de «el bachillerato de tres años». La finalidad es que no se traumaticen los que se vean obligados a repetir. En caso de suspender más de dos asignaturas en primero, el bachillerato pasará a tener tres cursos. En el segundo año el alumno cursará una mezcla de asignaturas pendientes de primero y las que elija de segundo. Y el tercer año todo lo que quede pendiente. La ocurrencia es mágica. De un plumazo hemos eliminado los repetidores en bachillerato. Ya no volverá a haber alumnos humillados y oprimidos. Y además es una buena forma de maquillar las estadísticas de repeticiones. Estas serán las razones de tal ocurrencia porque para el alumnado es un regalo envenenado ya que la repetición existe y lo que cambia es el eufemismo para denominarla. Además, esta mezcla de asignaturas de varios cursos puede funcionar en la universidad, pero en el instituto es prácticamente imposible. Ya lo intentaron en Cataluña hace una década y el modelo no funcionó porque era irrealizable e inviable cuadrar los horarios de 1º y de 2º para que a cada alumno le coincidan sus materias pendientes. Los profesores de secundaria estamos convencidos de que este modelo de bachillerato de tres años era imposible y no tenía futuro. «Pero nos hemos quedado sin conocer la fórmula mágica para poner en práctica algo que se nos antojaba imposible».
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